12/30/2021

¿Arrogancia + ignorancia = opiniones personales?

 

Salí de Facebook hace unos meses. Es de las mejores decisiones que haya tomado. Dedico más tiempo a leer y escribir. No dedico tiempo a leer ocurrencias sobre lo que pasa en el mundo o sobre lo maravilloso que es quien insiste en arruinar lo poco que funcionaba en México o sobre el demonio que es ese mismo individuo. La capacidad crítica es poco frecuente en ese medio. Ahí no se aprende algo, a menos que lo que se busque sea corroborar que la mayor parte de la gente no tiene el menor empacho en sentir orgullo por compartir su ignorancia.

¿Es el caso o es un sesgo personal? Lo dejo en eso. Asumiría que existe la capacidad de cuestionarse lo que uno cree antes de decir algo. Asimismo, asumiría que existe la capacidad para preguntarse “por qué” antes de decir algo (por qué alguien asevera algo, por qué creo en algo). Para ser racional debería verificar que existe evidencia para aquello que creo. Se sabe desde Hume. Se estudia en psicología y en psicología social. ¿Qué ocurre en la práctica? Algo un poco diferente. ¿No existen publicaciones al respecto, gente que estudia estos temas en la academia y en centros de investigación? ¿O será que pasan desapercibidos?

Sea el tema que se considere, en ese medio o en otras opciones en las redes sociales, lo que domina son los expertos de la semana. Es como ver a menores de edad querer jugar con aquello que no llamaba la atención hasta que uno decidió tomar eso que era ignorado. El común denominador es sencillo: lo que estudié en la escuela o en la licenciatura, o lo que leo y que tomo por “investigación”, basta y sobra para poder entrar a una discusión. No puedo dejar de ser parte de esa masa de criticones. Tengo que decir algo, en especial si es algo que corrobore las creencias del grupo al que pertenezco. Que eso que creo sea cierto o no es irrelevante. Antes robaban más ¿no? Fin de la discusión.

Da igual si se habla de galaxias o de la toma de decisiones en política, si es el futuro del planeta por el calentamiento global o la posibilidad de una tercera guerra mundial, el resultado es el mismo: hay que ignorar lo que se discute en la academia y en los think tanks porque la opinión personal cuenta más que los años de estudios y análisis de quienes se especializan en ese tema que se discute. Que haya consenso o desacuerdo en lo que se discute en esos medios, que haya incertidumbre en cuanto a lo que pueda pasar, que existen diferentes escenarios es irrelevante. Lo importante es decir algo en que todas las complejidades desaparecen. El mundo es sencillo de entender. Toda persona entiende el mundo. No hay más.

Cuesta trabajo creer que todas esas almas caritativas que siempre tienen algo que decir no sean capaces de buscar información a través de Google Scholar o Microsoft Academic, de revisar quiénes son reconocidos como especialistas en los temas que se discuten, qué material es gratuito en las universidades o centros de investigación, que papers o libros aparecen en forma gratuita para descargar en diferentes páginas (que de hecho abundan) para saber qué se está discutiendo, en qué existen acuerdos, en qué existen desacuerdos, qué escenarios son posibles y cuáles no, qué se considera es lo más importante que ayude entender mejor el problema del que se habla.

Existe una confusión entre leer lo que se “discute” en las redes sociales, lo que aparece en los medios de comunicación y lo que aparece en páginas especializadas. Son fuentes de información que no son directamente comparables. Sin embargo, hasta personas que presumen de tener estudios de licenciatura o posgrado muestran que no han entendido lo mínimo en cuanto a lo que es creer, conocer y saber sobre un tema. No extraña que no entiendan que leer sobre un tema no es lo mismo que investigar sobre el mismo, que en el proceso de investigación uno mismo debe encontrar los puntos débiles del argumento que se presenta. No existe la capacidad de cuestionarse a uno mismo. ¿Por qué? ¿En serio la educación formal es tan pobre? ¿O es peor de lo que se cree? ¿O es consecuencia de los pensadores a los que se valoró a partir de principios del siglo XX? No deja de ser curioso que se hable tanto de Karl Marx, quien rara vez duda de estar en lo cierto, y no de John Stuart Mill, quien dejaba en claro que era posible lo que planteaba, no que fuera a fortiori cierto. Y bueno, el auge de la opiniología, en que todo va al estilo de Paul Feyerabend, no ayuda a que la gente sea un poco más cuidadosa y modesta en lo que asevera.

Antes de emitir un juicio cual Oráculo de Delfos, sería bueno que la persona se tomara la molestia de buscar quiénes se especializan en el tema de la semana. No es difícil encontrar esa información. Pero es demasiado pedir. No importa el conocimiento. Importa que se diga algo y así obtener un “like” por lo que se “piensa”. No importa otra cosa que mostrar que existe un “stream of consciousness”. Y así, en lo que se pierde el tiempo en discusiones sin ton ni son se da la oportunidad a que en los gobiernos o las empresas se pueda jugar con mayor libertad porque no hay tiempo para conocer aquello que me afecta directamente como persona y como ciudadano. No se entiende lo mínimo acerca del costo de oportunidad.

Ahora entiendo, demasiados años después, por qué se me decía en el doctorado que no valía la pena discutir con gente fuera de la academia, que incluso con algunos periodistas reconocidos era mejor no prestar atención. No hay algo sorprendente en esto. Sí hay algo preocupante pues se está permitiendo que resurjan los gobiernos autoritarios. Mientras se apoya o se ataca al de Palacio Nacional la democracia parcial e imperfecta que se había logrado está desapareciendo. No es idea mía ni es un tema que estudie. Es lo que se ha encontrado debido a la pandemia. Basta dedicar un rato a buscar qué centros de investigación se dedican a la intersección del tema democracia y pandemia.

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