12/20/2020

¿Qué pasó con la transición democrática y el gobierno dividido?

En dos años de gobierno, López Obrador ha mostrado lo débiles que eran los sueños de un México renovado, democrático, liberal, que lentamente salía, por fin, de la herencia de los siglos XIX y XX. Pero, si se había logrado tanto ¿cómo es posible que se haya debilitado en tan poco tiempo el andamiaje institucional creado por la transición? ¿O era falso mucho de lo que se había logrado? Como en otras ocasiones ¿estaba agarrado con alfileres? ¿Era otra esas ilusiones que tanto gustan en el país, como la idea de la nación milenaria?

Al final de la segunda década del siglo XXI, la metáfora de México como el gigante de pies de barro, tanto en lo económico como en lo institucional, sigue siendo válida. El mérito de quien vive en Palacio Nacional (alguno debía tener) es mostrar que esa es la realidad del país, uno en que cuenta más el caudillo que las instituciones, en que el estado de derecho sigue siendo la promesa incumplida. Así lo adoran sus fanáticos y su público cautivo, mostrando que no hacer algo y hablar mucho es más importante cuando se regala dinero. Lo grave reside en que le ha resultado muy sencillo debilitar al Instituto Nacional Electoral y a la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Esos son logros impresionantes si se asume como cierta la narrativa de todo lo que se había logrado en los años del cambio.

Quien tuvo 18 años para para prepararse para la presidencia, y no lo hizo, también ha mostrado que demasiados analistas políticos no entendieron que elecciones limpias no son democracia sin un gobierno adecuado para ello. Un instituto electoral no era otra cosa que una condición necesaria, no suficiente, para ese sueño romántico. El entusiasmo por ver fuera de Los Pinos al PRI nubló la vista en cuanto a un elemento ¿qué hacer con el gobierno? ¿Cómo transformarlo para que no fuera un botín para repartir puestos a leales a la causa? ¿Cómo hacer que fuera un gobierno profesional, con continuidad en las políticas, con burócratas leales al país y a las leyes, no a los superiores? ¿Y cómo lograr que la ciudadanía defendiera esos arreglos institucionales cuando la pobreza hacía tan atractivo cualquier sistema político con tal de recibir dinero para sobrevivir?

Esa omisión en cuanto a la relevancia del gobierno dio al traste con el sueño de un México diferente. Es indudable que existen algunos análisis sobre ese actor agregado, pero comparado, digamos, al caso de Estados Unidos, el gobierno mexicano, en cualquiera de sus niveles, es un auténtico desconocido. Bastan unas preguntas sobre ese “nuevo gobierno” de la transición para darse cuenta de lo que se ignora, incluso con las secretarías más importantes. ¿Cómo se coordinaban acciones desde Los Pinos? ¿Qué funcionaba y qué no? ¿Cómo se solucionaron los problemas detectados? ¿Qué tanto caso hacía el presidente a sus asesores? ¿Qué tanta información permeaba al presidente? ¿Qué tanta influencia tenía la Secretaría de Hacienda sobre las decisiones? ¿Cómo eran las interacciones al interior de Hacienda? ¿Con el Banco de México? ¿Cómo se trabajaba en la Secretaría de Relaciones Exteriores? Misterio, aunque menor a si se busca conocer cómo funcionan las burocracias en la capital del país. ¿Qué tanto control tiene quien está en la Jefatura de Gobierno? ¿Cómo se trabaja en la Secretaría de Gobierno? ¿Cómo determina la política económica la Secretaría de Administración y Finanzas? Misterios más misteriosos.

Así que a partir de la ignorancia se asumió que sería posible un gobierno democrático porque había elecciones democráticas. Lo peor es que actuaban con toda seriedad esos analistas.

A pesar de tantos doctorados en economía, ciencia política y políticas públicas, tantos reconocimientos para “the best and the brightest” por parte de las mejores universidades de Estados Unidos y de Europa, tener una universidad en que actúan como si fueran el Harvard mexicano y la mejor universidad de Latinoamérica, y un sistema de investigadores reconocidos (al menos entre ellos), la política en el país no cambió con todo y la transición (de lo contrario sería difícil explicar lo que ocurre actualmente).

Es extraño que el aumento en capacidades analíticas y conocimientos coincidiera con la gradual erosión del gobierno que poco a poco se vio más sobrepasado por la realidad. Para 2008 ya existía la preocupación en Estados Unidos en cuanto a que México pasara a ser un Estado fallido. ¿Los cambios que se hicieron en la transición fueron los equivocados? ¿Se mantuvo vivo lo que debería haber muerto? ¿Se debilitó o se mató lo que permitía gobernar? ¿Siquiera se trató de entender cómo hacer que el gobierno dejara de ser lo que había sido? Mas arenas movedizas del misterio.

Resulta claro que no hay una relación causal entre más doctorados y un gobierno cada vez más fallido, pero sí hay un descuido muy difícil de entender por parte de tantas mentes que se nos ha dicho son tan brillantes. Supuestamente, muchas de esas personas estudiaron diseño institucional, la relevancia de incentivos y demás maravillas de las disciplinas matematizadas, pero ¿cómo fue posible que se descuidara de esa forma al gobierno, un actor agregado tan importante? Es realmente extraño que sean tan pocas las personas que estudian a las burocracias en el país. A final de cuentas, las burocracias son las que supuestamente deben resolver problemas en forma operativa, las que deben traducir las grandes visiones de las políticas públicas en acciones concretas con las que se busque reducir la incidencia de los problemas. Aunque se debería haber sospechado que algo fallaba cuando el legalismo seguía dominando tanto en los estudios sobre, como en el actuar de, las burocracias. Es igualmente preocupante el interés por las políticas públicas y el descuido con las burocracias. ¿Se tienen mejores recomendaciones para el mismo gobierno sin capacidades para implementar esas grandes ideas?

Por debatible que sea la idea y los métodos de análisis para determinar si se detecta o no un caso de Estado fallido, no deja de ser interesante que en muchas áreas del país o de políticas no sea el gobierno el que gobierna, sino el narco, pandillas, líderes que nadie conoce pero que ejercen muy bien su poder, como en el control de las calles en la Ciudad de México, o la ciudadanía con recurso a la violencia (¿a alguien le preocupa que los linchamientos sigan en aumento?).

En realidad ¿en qué gobierna el gobierno? Porque al analizar la política de salud actual, inexistente, surge la duda de si no es un reconocimiento de que no tienen las capacidades para hacer algo, que recurren al truco de “es responsabilidad de la ciudadanía” para tratar de ocultar que ya los sobrepasó la realidad – y no sólo en esa área – porque ni tienen idea de lo que es gobernar ni tienen el instrumento para ello. ¿Cómo se puede gobernar el gobierno que no puede gobernar? El espectáculo de carpa/homilía de todas las mañanas puede ser la forma irónica en que se reconoce que no hay gobierno que funcione para la gran transformación hacia el pasado, la de los cangrejos conservadores del siglo XIX que se pretenden liberales.

El país enfrenta una situación preocupante (a menos que se haya logrado ser parte de los nuevos ricos de Morena), una en que la capacidad destructiva de la doctrina del shock de López Obrador ya se acerca hasta al Banco de México, otra de las joyas del “nuevo México”. He ahí la relevancia de las leyes en el país: si es tan sencillo cambiar la Constitución ¿qué puede haber de “permanente” o “estable” en la las tan cacareadas instituciones de la transición democrática? ¿Quién lo va a detener? ¿La gente que terminó tan decepcionada por un sistema político que no la representaba y en que ellos se enriquecían sin el menor problema, como ahora? ¿Van a ocurrir cambios gracias a la indignación de esos periodistas sofisticados que dan clases en las mejores universidades? ¿Con base en los derechos humanos, esos que han logrado detener los feminicidios? ¿La sociedad civil tan desorganizada y amante de las marchas que tantos resultados han dado para lograr un gobierno eficiente, efectivo y eficaz cuyo actuar se base en el estado de derecho?

Hasta el momento la oposición y la crítica académica ha sido incapaces de detener al héroe de Macuspana. Quien vive en Palacio Nacional parece creer que es posible lograr un país de “igualdad y justicia” por vía del reparto del dinero, con políticas redistributivas al vapor y sin el menor intento por pensar si son factibles o no (al menos son consistentes en ello con sus elefantes blancos para tirar dinero y destruir la ecología – menos mal que se salvaron los pobres patos cuando detuvieron la construcción del Nuevo Aeropuerto –). Se ha corroborado repetidamente que el señor no entiende lo mínimo de economía. No es descabellado pensar que busque alguna forma de usar las reservas internacionales del banco central para mantener una base electoral sólida. ¿O acaso la guerra contra los “fifís” no es acerca de dinero, de ver cómo mostrarlos como indignos de ser pueblo porque todo dinero es mal habido, excepto el de los amigos y la familia? Y así, en medio de esto, se sigue descuidando al gobierno.

Quedaron atrás los días de entusiasmo por el triunfo de Vicente Fox Quesada – un excelente candidato y un mediocre presidente, alguien que con orgullo mantuvo viva la tradición tan mexicana de mediocridades exaltadas en la presidencia –. Ahora se habla del regreso al autoritarismo y el populismo, la combinación ideal para destruir países. Y hace no tanto se hablaba de gobiernos divididos, idea sobre el gobierno de Estados Unidos mal aplicada al caso mexicano porque no se tomaron la molestia de entender cómo funcionaban los partidos políticos en ese país. Ahora se tiene un gobierno unificado sin resultados y que es muy atractivo para la mayoría de quienes dicen votarán en 2021.

Si era tan sólido y exitoso lo que se había logrado ¿por qué México está de regreso en los buenos tiempos del PRI hegemónico y autoritario, ese en que el presidente es el centro de todo? No hay que exagerar con ese argumento. Morena dista de tener la disciplina y cohesión de ese PRI. La capacidad de López Obrador por atraer a tribus que logran que predominen los desacuerdos ya quedó mostrada con sus estrategias con el PRD, así que sólo es necesario tener paciencia para ver cómo colapsa Morena. Aun así, no se puede negar el olor a viejo y el sabor a rancio del vino que aparece en una nueva botella.

¿Se considerará ahora la relevancia de estudiar al gobierno en todas sus partes e interacciones? ¿Se considerará la relevancia de la academia para entender eso y buscar formas de cambiar esa realidad por medio de la persuasión? ¿La ciencia política será relevante porque ayuda a resolver problemas y no a que sus estrellas llenen páginas de revistas que nadie fuera de la academia o sus alumnos leen? ¿O México seguirá siendo una promesa que cada vez se hunde más y más en el atraso y en problemas cada vez menos probable que puedan ser atendidos? El pesimismo ha sido mejor guía que el optimismo, así que lo mejor que se puede hacer es contemplar el descarrilamiento y que pase lo de siempre: poco o nada. Es difícil pretender seriedad ante esta farsa.

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