4/29/2022

Escribir ¿para qué?

¿Para qué y para quién escribo? Para mí. Esa es la respuesta más sencilla. Es difícil pensar únicamente en los contemporáneos y escribir para gente que vive con la nariz y la boca pegada al suelo, competir con miles de voces que básicamente dicen lo mismo con diferentes intensidades cercanas a los gritos. Es más relevante escribir para el futuro a partir del presente. ¿Escribir para generaciones futuras? En parte es arrogancia, siendo que alguien modesto y humilde no escribe, y en parte es esperanza que la destrucción que hemos causado al mundo no resulte en que leer, escuchar música o pensar sea algo imposible o poco realista. Y en la esperanza que se hace el mejor esfuerzo por escribir sobre algo importante y en forma que haga ver que es importante aquello sobre lo que se escribe.

Escribo para mí, para aclararme mis ideas y las ideas de otros, más importantes que las mías. Si a alguien más entre mis contemporáneos le interesa lo que escribo es irrelevante. ¿Por qué sería de otra manera? Ya mencioné una razón. Existen otras. Tal vez la más sencilla sea que no hay un diálogo con quien lee lo que escribo. Hasta el aristocrático Platón, quien sólo hubiera dialogado con sus iguales, vio que dialogar, incluso con gente no tan igual, es importante y es un fundamento de la vida política. ¿Entendemos o consideramos eso? Lo dudo. Las respuestas en conversaciones incluso serias son, como temía Nietzsche, monólogos de dos o más voces. Se busca hablar, nada más, incluso cuando se está de acuerdo con aquella persona con quien se habla. Pero de ahí a un diálogo hay cierta distancia.

En el diálogo podemos ver con mayor claridad aquello que creemos, sabemos o conocemos. La pobreza de los intercambios que a veces se logran es que se centran en lo primero, en las creencias. ¿Conocimiento? Entre académicos, siempre y cuando sean de la misma escuela, o al menos es lo que ocurre en la ciencia política. Alguien formado en elección racional tiene poco de qué hablar con alguien formado en sociología política, como alguien formado en la visión de Tocqueville o Mill tiene muy poco de qué hablar con alguien formado en la visión, o perversión, de Marx. ¿Exagero? Ni Tocqueville ni Mill buscaron ser profetas ni quienes estamos formados en sus ideas estamos convencidos que existan leyes históricas, no creemos en lo inevitable del cambio y no vemos razón alguna de aceptar que la política no es un ámbito independiente o un ámbito que causa cambios en el ámbito económico. No encontramos evidencia sobre lo que plantea Marx. Esto marca una diferencia importante para poder dialogar, algo que implícitamente asume que con quien dialogamos ha estudiado en forma seria y objetiva a esos tres pensadores, algo poco frecuente en el mundo del debate que se confunde con la defensa ideológica. Ese es el problema de vivir en el aquí y ahora, de vivir con la nariz y la boca pegada al suelo.

En el diálogo podemos considerar otras formas de ver lo mismo. Esto recuerda a Nietzsche, tan aristocrático como Heráclito, una figura a quien llamara filósofo puro. Recuerda, asimismo, a lo que se debería practicar en las ciencias sociales; ver desde diferentes perspectivas el acontecimiento de interés. Rara vez se hace, si es que se hace. Se podrá comparar visiones diferentes sobre el mismo acontecimiento, las visiones de académicos con formaciones diferentes sobre el mismo acontecimiento (una elección, por ejemplo), sin que sea usual que la misma persona recurra a diferentes formas de ver ese mismo acontecimiento. Hemos llegado al punto en que hasta el diálogo con uno mismo es algo que dejó de existir. Tal vez en filosofía ocurra algo así, pero ¿qué filósofo contemporáneo logra llegar a las alturas de los filósofos puros, los llamados presocráticos, por ejemplo, o a las alturas de alguien como Platón, el principal refutador de Platón? 

Dialogo conmigo. Soy un solitario que no busca agradar a nadie. No me importan las opiniones de mis contemporáneos. Las conozco dentro del campo que estudié. Coincido con algunos y sé que soy alumno de algunos de ellos, haya o no estudiado formalmente con ellos. Pero no encuentro nada que sea respetable o que deba ser tomado como parámetro inamovible del análisis político. Hay demasiado del docto académico en el debate sobre la política, algo que me hace pensar en Kant y su debate con Constant en cuanto a si se debe mentir o no. Pobre Kant, rígido, sin imaginación, incapaz de considerar algo más que la consistencia. ¿Es de extrañar que Rawls sea tan aburrido y tan irrelevante fuera de la academia? ¿Es de extrañar que mucho de lo que se discute en la ciencia política académica sea irrelevante cuando han olvidado a la política del mundo real?

Por fortuna hay grandes pensadores con quienes se puede tratar de dialogar, de aprender a partir de lo que sería un diálogo basado en lo que escribieron. De una u otra forma, todos ellos tuvieron los pies en tierra, incluso el criticado Platón (mucho más en tierra que el aislado de Königsberg). Ello lleva a coincidencias y agradecimiento en cuanto a lo que se ha aprendido y que lo mejor que pueda ofrecer, por poco que sea, es gracias a esos diálogos con esos grandes pensadores. Pero si con quien intento dialogar desconoce a esos pensadores ¿qué entenderá en cuanto a sutilezas o en cuanto a la complejidad que buscaron captar y entender para actuar?

Coincido con Platón en que jamás ha existido un buen gobierno. Coincido con Adam Smith en que no hay empresario que no quiera conspirar con miembros del Congreso para su beneficio y que sin empatía no vamos a poder vivir como sociedad. Coincido con la elección pública, en su versión de Virginia, en cuanto a que no es posible tener confianza alguna en alguien que se dedique a la política, aunque entienda los incentivos y los problemas a los que se enfrenta quien se dedica a la política como profesión. Coincido con Maquiavelo en que toda persona en la política va a tener que mancharse de sangre las manos, algo que había notado Aristóteles, con quien coincido en cuanto a la importancia de la asignación del poder por medio de las constituciones. Coincido con Hobbes en que el hombre es el lobo del hombre, pero me desespera que no haya visto que los peores lobos, los lobos rabiosos, son los que muchas veces llegan a los puestos más altos de la política. En México estamos viendo lo que es uno de esos animales rabiosos. Coincido con Tocqueville en que la gente prefiere la igualdad a la libertad y que en ello reside el mayor reto para la democracia. Coincido con Mill en que la democracia no es para toda persona, sino para grupos específicos. Coincido con Arendt en que izquierda y derecha son categorías irrelevantes cuando desde el gobierno se busca una política total de control sobre la vida, aunque ella no viera que ante un electorado ignorante la izquierda y la derecha son irrelevantes. Hay muchos otros pensadores. No tiene mucho sentido una lista como esa que creó Homero o reducir visiones ricas y complejas a una frase.

Como pesimista, no espero gran cosa de otros humanos, en especial de quienes ven al poder y al dinero como un fin, esos animales rabiosos que tan bien saben pretender que son algo que jamás serán. A diferencia de los optimistas, no espero un futuro mejor ni creo sea posible una mejor naturaleza humana. Tiene razón Madison al alegar que los humanos no somos ni ángeles ni demonios, pero tiene mucho sentido, siguiendo a Maquiavelo, Hobbes y lo que se ha aprendido en teoría de juegos, asumir que las personas tienen mayor facilidad en actuar como demonios que como ángeles.

Es curioso que sean los optimistas quienes tienen menos problemas para desesperarse de la humanidad y crear las peores pesadillas para hacer que esa humanidad "sea mejor". Quienes creen con fervor en sus propias ideas son los animales políticos más violentos y destructivos que se pueda imaginar. Lenin, Stalin, Hitler, Mao, Pol Pot, Castro estuvieron convencidos de estar en lo correcto. ¿Es de extrañar el número de muertos o la capacidad para reprimir? Los muertos hablan por ellos. Mussolini, los líderes soviéticos a partir de Jrushchov, y tantos otros dictadores, podrán haber sido brutales, pero era mayor su cinismo y oportunismo que el convencimiento en idea alguna. El demente de Palacio Nacional parece ser de esos: dinero y poder antes que ideas. ¿Y los otros que han gobernado en el país? No que ese oportunismo sea nuevo en la política nacional, pero la llegada de las masas por medio de un "partido político", en realidad una secta, es poco usual. Como sea, Sorel y sus consideraciones sobre el pesimismo siguen siendo válidas.

Así que, escribir tiene una razón, al menos para mí. Escribo porque quiero aclararme lo que pienso, que depende de lo que escucho, observo y leo, dado lo que estudié en la licenciatura y en el posgrado. ¿Entenderé mejor? Posiblemente. ¿Podré comunicarlo? Si me interesa, aunque dudo que todo sea comunicable. ¿Se entenderá? Eso es lo interesante. ¿En la época en que la contaminación nos ha vuelto más estúpidos, en que leer o escribir se reduce a Twitter, Facebook o artículos de periódico o revista, en que el tema de la semana o del día es más importante que la visión de mediano y largo plazo, en que leer más de dos cuartillas causa dolor de cabeza porque no se lee? Lo dudo. Por ello es mejor pensar en algún lector futuro, si es que lo que escribo realmente tiene alguna relevancia (dependerá de mi) y si llega a sobrevivir (no depende completamente de mí).



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