5/30/2022

Consideraciones sobre el análisis político: I. La importancia de cuestionar lo que se estudia y la forma en que se estudia

Consideraciones sobre el análisis político

I. La importancia de cuestionar lo que se estudia y la forma en que se estudia

Armando Palacios-Sommer


I. Empiezo por una pregunta relacionada con el título general del primero de varios escritos: ¿por qué escribo sobre el análisis político? La respuesta es sencilla. Quiero compartir lo que he aprendido sobre el tema gracias a mi educación formal: licenciatura en el ITAM; maestría y candidato a doctorado en la University of Wisconsin-Madison, American Politics/Political Theory; becario de la Brookings Institution en Washington, DC; investigaciones no publicadas consideradas por mis profesores como adecuadas para buscar publicarlas. Este conocimiento es el que he usado en mi vida profesional, sea dando clases (desde secundaria hasta maestría y a nivel licenciatura en México y en Estados Unidos), sea como analista político o de políticas públicas en el gobierno nacional y en el de la Ciudad de México. A pesar de mi formación y experiencia práctica, me interesa más lo relacionado con la teoría y la filosofía política y más aún el plantear dudas que ofrecer respuestas.

 
 
Una reacción posible al párrafo introductorio, si es que se ha llegado a este segundo párrafo, podría ser: "Ah, muy bien. ¿Y luego?" Otras reacciones posibles son: es alguien muy pagado de sí mismo o muy inseguro que empieza por buscar impresionarnos; no sabe cómo empezar un escrito y eso no es un buen augurio para lo que siga; se deja de leer después de ese párrafo y se pasa a otra cosa; se considera que está bien que aclare quién es y cuál es su experiencia para seguir adelante; llama la atención y quien lee se pregunta "¿por qué empieza por eso?". No serían reacciones inusuales.
 
Consideremos la primera. En cierta forma, puede ser sorpresa, fastidio o burla. El título general (consideraciones sobre el análisis político) y el tema específico de esta entrada (la importancia de cuestionar lo que se estudia y la forma en que se estudia) no aparecen en el primer párrafo. Aparece lo que dice que sabe hacer un individuo y que es por ello que va a escribir sobre el tema central (análisis político). Luego, en el siguiente párrafo, pasa a considerar las posibles reacciones que se podrían tener ante ese párrafo inicial y en este, el tercero, sigue con eso. Como lector me puedo preguntar si me estoy perdiendo de algo. Ya son tres párrafos y nada a la vista sobre el análisis o la política. Sin embargo, es posible que, como lector, no me dé cuenta de lo que hago: una valoración o evaluación sobre lo que leo y que, dependiendo del resultado, me dé pauta para seguir leyendo o no. No sólo leo, sino que reflexiono sobre lo que leo. Ello me permite tomar una decisión.

Al asumir que en el primer párrafo debería aparecer algo relacionado con lo que sea el análisis político queda claro que como lector tengo expectativas en cuanto a lo que deseo encontrar. Asimismo, tengo claridad en cuanto a lo que espero leer porque así se me atrajo a leer este escrito, no a considerar, de entrada, si la persona está calificada para ello o no. Eso se puede demostrar de otra manera, sin empezar así. Pero, puede notarse que eso es válido para un lector o para un tipo de lector, no para todo lector. De lo contrario no habrá otro tipo de respuestas al párrafo inicial.

El problema para quien escribe es que busca hacer atractivo lo que escriba. Piensa en las formas en que pueda atraer lectores. Considera varias opciones y apuesta porque una será la más atractiva -- a menos que uno sea académico, por lo que el estilo ya está estandarizado y hay, de una manera u otra, un público cautivo --. Se decide por aquella forma que sea la mejor o las más atractiva. El problema es que no sé si eso es lo que está buscando el "lector promedio". Si tuviera recursos suficientes hubiera buscado alguna manera de enterarme de qué buscan los individuos que tengan interés por el análisis político, los temas que le atraen, la manera de presentarlos y todo aquello que me permitiera atraer lectores. No lo sé, así que básicamente recurrí a considerar varias introducciones, seleccioné las que más me gustaban y de entre las dos preferidas recurrí a un volado, después de haber recurrido a una corazonada, en cuanto a lo que fuera una buena forma de iniciar el escrito. Me gustó esa forma porque me permite plantear preguntas, empezando por una que es fascinante: "¿por qué?".

Quien haya leído con cuidado hasta este momento se habrá dado cuenta que si abstrae lo que se ha planteado que existen al menos seis elementos por considerar. Primero, hay dos individuos divididos en dos grupos: uno interesado en que lo lean y uno que decide si leer o no. Segundo, el segundo individuo genérico está dividido en subgrupos, dadas las diferentes expectativas que puede tener sobre aquello que desea ver en el escrito. Tercero, aunque escritor y lector no se conozcan, han entablado una interacción, siquiera breve, y que puede continuar o terminar en este momento. Cuarto, los individuos tienen expectativas y valoran si se están cumpliendo o no sus expectativas. Como lector pondero si el escrito va en la dirección que espero y como escritor busco formas de atraer al lector para que continúe y termine el escrito. Quinto, quien lee tiene la última palabra: sigo o no sigo leyendo. Sexto y último, es muy difícil satisfacer las expectativas de todo tipo de lector, incluso si se tiene información adecuada en cuanto a los gustos de los lectores. Ningún escritor (pensador, pintor, músico o lo que sea) va a poder satisfacer a todas las personas, a menos que todas tuvieran los mismos gustos o las mismas preferencias. Eso sería una auténtica pesadilla.

No hay mucho que pueda hacer el escritor una vez que ha hecho público lo que piensa. Por bueno que sea lo que ofrece, depende de quien consuma que sea exitoso. Claro, hay más elementos que se podrían considerar, como el marketing en obras destinadas al público en general, la reputación que haya logrado un escritor o que las obras del pasado que sobrevivieron y pasaron a ser "grandes obras" sentaron las bases de lo que se ajusta o no a los estándares de una "gran obra". Por malas que sean algunas obras de, digamos, Gabriel García Márquez, bastaba que las publicara para que se vendieran. Dudar en cuanto a Cien años de soledad es casi imposible. Ya es un clásico, merezca o no las alabanzas que se le han otorgado a esa novela. Podemos forzarnos a que nos guste porque el consenso al respecto es que quien la lee queda fascinado.

Tal vez sin percatarnos de ello, hemos analizado la situación y le hemos dado o no nuestro voto de confianza a quien escribe. Tal vez sin darnos cuenta de ello, hacemos lo mismo en muchas otras situaciones: comprar o no algo que nos apetece, ir o no de vacaciones, cambiar o no de trabajo, decidir qué ropa usar en un día determinado. Muchas de esas decisiones son casi automáticas, mientras que otras requieren que sopesemos diferentes elementos. Algunas otras no existen porque alguien decidió por nosotros (por ejemplo, si tenemos que usar uniforme). Lo mejor, sin embargo, es cuando tenemos que tomar una decisión de gran importancia y no nos damos cuenta de ello o, si nos damos cuenta, consideramos que por mucho que pensemos en esa decisión que no va a tener un efecto significativo lo que decidamos sobre el resultado o que, en realidad, no hay forma de decidir. No tenemos los elementos que queremos para analizar la situación. ¿Cuándo ocurre eso? En decisiones en que participan varias personas, donde varias pueden ser menos de una decena o decenas, centenas, miles, millones o miles de millones. Si alguien considera que miles de millones suena a exageración, baste considerar que el calentamiento global afecta a miles de millones de personas que, cada una con sus decisiones, contribuyen a ese acontecimiento.

Se podría alegar que entre más importante la decisión más información deberíamos considerar para tomarla. Leer este escrito no requiere una decisión complicada. Leer la plataforma de un partido político o los libros, artículos y discursos de su candidato a la presidencia es muchas veces más importante y tal vez difícil. Pero es importante ya que si ese candidato gana la presidencia podrían ser seis años de malas decisiones que resulten en problemas para mi estándar de vida, entre otros problemas. Sin embargo, tendemos a no hacerlo. Lo irónico, aunque basado meramente en experiencia personal, es que me he tomado más tiempo en considerar por qué se podría o no seguir leyendo este escrito que lo que demasiada gente hace cuando decide votar por un candidato o un partido.

Hay quienes están dispuestos a "contratar" para un puesto de elección pública a alguien que promete resolver problemas de corrupción (violencia, feminicidios, pobreza extrema, contaminación, entre otros) porque dice que está calificado para ello o porque tiene la experiencia para ello. Ese puede ser su argumento principal. Además, lo apoyan personas reconocidas y se considera, muchas veces a partir de criterios desconocidos, que es un "buen candidato" para el puesto por el que compite. Lo fascinante es que incluso gente que conoce el Principio de Peter (1969, libro de Laurence J. Peter), usualmente resumido a "todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia", lo olvida ante el entusiasmo por "nuestro candidato". ¿Cómo? ¿Un candidato a la presidencia es un empleado?

El que alguien diga que está capacitado para ser presidente resulta interesante. Nadie que no haya sido presidente sabe lo que es ser presidente, incluso si se estudia todo lo que se ha escrito sobre las experiencias de expresidentes y sobre la presidencia y el poder ejecutivo, incluyendo sus relaciones con otros poderes y otros agentes agregados como grupos de interés o gobiernos estatales o extranjeros. Se puede haber sido la mano derecha del presidente, haber sido cercano como pocos y haber tenido un acceso casi completo a la toma de decisiones, sin que por ello se pueda decir que la persona con ese acceso sabe lo que es ser presidente. Lo más cercano podría a tener la experiencia sería dada por una gubernatura. Resulta interesante porque el ser gobernador tampoco se traduce en que se tenga la experiencia suficiente para poder ser presidente, aunque sea mejor tener esa experiencia que no tenerla. El reto reside no sólo en corroborar que quien dice ser capaz para hacer algo lo sea, sino en determinar si puede hacerlo al nivel que pretende hacerlo. Sin embargo, asumimos que si alguien fue buen gobernador que puede ser buen presidente o que si alguien dice que tiene la experiencia suficiente se le crea sin más.

Aun así, quienes votan muchas no reparan en siquiera uno de esos dos problemas. Le creen o no sin más a quien tendrá la capacidad de tomar algunas decisiones en nombre de quienes votaron o no por ese candidato. Esto plantea una situación curiosa. ¿Por qué hay individuos capaces de creer en las promesas de campaña, aunque no existan razones para creer que el candidato pueda, o tenga interés en, cumplirlas o que esas capacidades de las que habla sean las adecuadas para el puesto? No siempre somos consistentes en nuestra forma de pensar o de actuar. A veces decidimos sin siquiera pensar en ello. No hemos desarrollado la capacidad para, por decirlo metafóricamente, vernos desde afuera y detenernos antes de hacer algo.


II. Dejo de lado por el momento temas que sean de "política" y me concentro nuevamente en ese párrafo inicial para profundizar en preguntas adicionales que se podrían plantear, ese tipo de preguntas que a veces no se hacen con temas importantes. La idea no es insistir sobre lo que se dice en ese párrafo, sino lo que se puede cuestionar sobre el mismo.

Admito que la respuesta en el primer párrafo no es clara y es muy escueta como presentación. Hasta se puede decir que es una respuesta extraña. En realidad no dice mucho, en parte porque la pregunta se centra en un individuo. Lo que puede parecer extraño para quien lee es que no plantee una pregunta general como "¿por qué escribir sobre el análisis político?" o "¿cuál es la relevancia del análisis político en México?". ¿Es una visión personal la que se ofrece, no una visión objetiva? ¿O es una visión objetiva desde un punto de vista personal?

Podemos ir más allá todavía para determinar qué dice y que no dice la respuesta. Incluso se puede considerar lo que insinúa. ¿Por qué compartir algo sin más, en forma gratuita y sin controles como los que se usan en publicaciones arbitradas? Si en efecto sabe de lo que habla ¿por qué no lo publica como libro o como artículos? ¿Por qué no regresa a dar clases y comparte sus lecturas de clase? ¿O los escritos que va a compartir se basan en clases que dio o en análisis que realizó en el gobierno? En tal caso ¿cómo sé que vale la pena dedicar tiempo y esfuerzo a leer algo escrito por un desconocido sobre un tema acerca del que ya conozco algo? Si no conozco mucho sobre el tema ¿no sería mejor buscar la guía de alguien conocido y reconocido, publicado por una editorial seria, sólida y reconocida? ¿Cómo puedo saber que esto no es un Caballo de Troya, una oferta que busca crear adeptos a una y sólo una forma de pensar? Se dice, por ejemplo, que los egresados del ITAM son de derecha, promercado y antigobierno, como se dice que los egresados de Wisconsin son de izquierda y favorables a las intervenciones gubernamentales antes que al mercado. ¿Y si esto es una pérdida de tiempo, como tantas series en Netflix? ¿Habrá alguien que me pueda ayudar a saber más sobre este individuo y si vale la pena leer lo que escribe? Si decido leerlo a pesar de lo que me digan o sin buscar información ¿cómo puedo saber que lo que plantea es cierto y correcto y no las ideas de un vendedor de milagros?

Queda claro que quien escribe debe explicar por qué es relevante y necesario escribir sobre ese tema. Esta no es una obra de ficción o una especulación sobre aquello que imagino. Eso es lo importante, no mis intenciones o calificaciones para ello. Lo que puede ser extraño es que haya desviado la atención de esa manera. Dicho de otra manera, alejé la atención del tema. Al hacer esto he buscado crear un juego. En forma perversa o preocupante, puedo estar buscando que caiga alguien que no lea con cuidado, un juego acerca de quien escribe y no acerca del tema sobre el que promete escribir. Hago algo como esas encuestas de opinión sobre vinos para determinar si la persona es de izquierda o de derecha. No es que, en sí, sea una mala estrategia. Puede resultar una buena idea porque de otra forma no se obtendría información. A final de cuentas, todo sitio en Internet captura datos que una vez procesados proveen información. Ésta puede ser analizada por quien tenga acceso a ella. Hasta la puede vender y así lograr, por ejemplo, obtener más lectores o gente que compre los servicios de esa compañía que hace encuestas.

No todo tiene por qué ser negativo. Lo mismo que puedo estructurar un juego en mi beneficio puedo estar estructurando un juego para ofrecer información y herramientas a las que de otra forma no tendría acceso quien lee este escrito. No sólo eso. Puedo estar abriendo la puerta a considerar cómo es que los candidatos logran que votemos por ellos para de esa forma estar prevenidos a votar sin cuidado, por ejemplo. Busco formas para garantizar no sólo que nos persuadan, sino que nos convenzan esos desconocidos que obtienen poder una vez que han ganado el voto. Si algo caracteriza a la gente que estudia filosofía es que les gusta que se les convenza con argumentos, no que se les persuada. Claro, eso no niega que es necesario conocer lo que sea la persuasión, lo segundo mejor que pueda ofrecer alguien en política o alguien que escribe sobre el análisis político. No se debe considerar que la persuasión sea una forma de engaño. Sin embargo, no se puede negar que es sencillo pasar de persuadir con base en razones válidas a tratar de persuadir con base en argumentos que sólo promueven los intereses de quien se postula como candidato o de quien, mañosamente, promueve una agenda que pretende neutra para ser la base de ataques contra quienes profesen una ideología que quien escribe considera errónea, perjudicial o criminal. 

Aunque no es algo que haya ocurrido como se le presenta en esta escena de Mientras dure la guerra, película de 2019 dirigida por Alejandro Amenábar, no deja de ser interesante el contraste entre un intelectual, en este caso Miguel de Unamuno y Jugo (1864-1936), de esos tan odiados por los ideólogos, y un militar, José Millán Astray (1879-1954), convencido de lo correcto de su causa.

"Discurso" de Miguel de Unamuno en Mientras dure la guerra, disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=N-ZtQWtRyDA

Para considerar las diferencias entre una y otra forma, convencer y persuadir, también se pueden considerar los discursos de Bruto y de Marco Antonio después del asesinato de Julio César, esos que aparecen en The Tragedy of Julius Ceasar (1599) de William Shakespeare (1564-1616). Más allá de los estilos diferentes (racional y pasional), llama la atención que uno, Bruto, explique por qué está justificado el asesinato de Julio César. Él representaba el riesgo que Roma regresara a los días de la monarquía. Por su parte, Marco Antonio crea la imagen de César como la de un mártir cruelmente asesinado por hombres que se pretenden honorables. No considera la validez o no del argumento presentado por Bruto. A pesar de sus limitaciones, la película de 1953, dirigida por Joseph L. Mankiewicz (1909-93), no deja de ser interesante.

Este es el discurso de Bruto (James Mason):

Discurso de Marco Junio Bruto en La tragedia de Julio César, disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=op0DQ0Z65iI

El discurso de Marco Antonio (Marlon Brando) marca un contraste interesante con el de Bruto. Vale la pena fijarse en las reacciones de los plebeyos ahora que escuchan lo que les dice Marco Antonio y compararlo con la reacción a lo que les dijo Bruto (o, en tal caso, con la reacción de los militares cuando grita Millán Astray):

Discurso de Marco Antonio en La tragedia de Julio César, disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=101sKhH-lMQ

No es tan difícil reconocer que hemos estado en situaciones como aquella en la que están los plebeyos en la obra de Shakespeare. Hemos escuchado a diferentes candidatos o a políticos explicando por qué ellos son quienes tienen la razón en cuanto a cómo sucedió algo, quiénes son los culpables y a quién debemos hacerle caso para resolver el problema. Hemos sido seducidos por la forma en que nos presentaron lo justo de su causa, con el uso de un lenguaje que buscaba adormecer toda posibilidad de razonamiento. También hay escritores o pensadores muy buenos para ello. Es sencillo que bajo el encanto de las pasiones y no de la razón, en especial cuando más caso deberíamos hacer a la razón, tomemos la decisión equivocada por dejarnos guiar por las pasiones. De ello no se sigue, empero, que se tenga que asumir que sólo la razón puede ser la mejor herramienta o la mejor guía para encontrar una salida. A veces la intuición puede ser mejor. Pero ¿sabemos cuándo una u otra puede ser mejor o más adecuada, sea cuando leemos algo o cuando lo escuchamos? A final de cuentas, podemos prestar más atención a lo visual que a otra cosa.


III. Por segunda ocasión me he desviado de lo que estaba considerando. Regreso a si busco presentar algo que nos ayude a exigir que nos convenzan o algo que nos permita distinguir entre una buena y una mala persuasión, por decirlo así. Con la información disponible, la que presenté, no se puede saber cuál de esas dos opciones sea la real. Para ello quien le debe aceptar el juego que propongo, si es que tiene interés en saberlo (aunque lo importante sería lo que se ofrece como aprendizaje, no jugar por ver si puedo o no con lo que me he propuesto, si busco convencer o persuadir o si es buena o mala persuasión). No es un juego difícil. Si quien lee decide no participar puede equivocarse y perderse de algo que le hubiera servido. Si decide jugar puede asumir los costos de jugar algo que puede ser irrelevante, como ese tiempo que pasamos en el celular viendo fotos de animales o viendo los vídeos disponibles en YouTube. No aprendió lo que esperaba, sin haber perdido dinero en ello y sólo un poco de tiempo.

Lo que resulta fascinante, o preocupante, es que podemos participar en juegos en que somos los perdedores por el simple hecho de haber aceptado las condiciones que nos imponía quien inició el juego.

Al centrar el juego en mí y en la información que estoy dispuesto a proporcionar creo un desequilibrio con quien lee. Sólo yo conozco mis capacidades reales gracias a las evaluaciones a las que he sido sometido como profesor y como profesionista. Eso no aparece en lo que alego. Se puede responder que tampoco sé quién sea quien lee esto y que puedo estar abriendo la posibilidad de un autogol. Uno de los lectores puede ser un especialista en el tema y hacerme pasar un muy mal momento por haber pretendido ser quien no era o, alternativamente, podemos entrar en un diálogo acerca de lo que planteo porque a final de cuentas sí sé de lo que hablo. El problema es similar al de comprar un auto usado. Sólo quien lo vende sabe su estado real, no así quien lo busca comprar. ¿Cuántos libros no ofrecen todo tipo de curas, en especial en temas de psicología? ¿Cuántos no hablan sobre lo que son los ONVIs sin que se pueda decir otra cosa que no hay explicaciones claras por el momento? Pues bien, hay gente como Jaime Mausán, quienes ya tienen todas las respuestas. ¿Cuántos libros no prometen que si se sigue su método se encontrará la felicidad, se podrá ser millonario, entender cómo funciona Wall Street? Lo mejor es que haya quien compra esos libros y cree lo que se dice ahí.

Hasta en la política ocurre algo parecido. Digamos que alguien nos ofrece cambiar al país y asi mejorarlo. Hace el primer movimiento. Sin más información, aceptamos su juego. Resulta que su idea de cambiar es concentrar todo el poder en él, algo que ni se nos dijo ni algo que hubiéramos aceptado de haber preguntado qué entendía por cambiar (¿cambiar para qué? ¿cómo? ¿quién gana y quién pierde?). ¡Y todo porque no consideramos que toda interacción tiene que ver con juegos, con la información que se nos proporcione y la forma en que se nos proporciona! En los juegos, en las interacciones entre individuos, a veces lo real es real (what you see is what you get); a veces lo real es una apariencia de lo real; a veces se hace el mejor esfuerzo por ocultar lo real para que no se le pueda percibir (smoke and mirrors). Si se sabe lo mínimo de la historia de Roma entre los siglos I a.C. y I d.C. y se consideran los discursos de Bruto y de Marco Antonio desde el punto de vista de los plebeyos (se atienen a lo que les dicen esos dos romanos importantes), podemos comprender mejor el problema en cuanto a lo difícil que es, en un juego, determinar lo que sea real, aparente y falso y el decidirse por una de las dos opciones que se nos presentan. Marco Antonio habló después de Bruto. En este caso, Bruto dejó que Marco Antonio estructurara el juego que seguiría: los conspiradores mintieron. Para efectos prácticos, Bruto permitió que Marco Antonio iniciara un nuevo juego o permitió que el juego que había iniciado terminara cerrado con las opciones que prefería. Octavio fue, años después, el ganador gracias a ese error inicial de Bruto. ¿Qué decir acerca del supuesto discurso de Unamuno? Ya no había voces que lo quisieran escuchar, pero al menos una persona que podía protegerlo.


IV. Después de otra desviación, ya la tercera, regreso a mi juego. Asumiendo que tenga los conocimientos suficientes para escribir sobre el tema, ello no se traduce en que pueda cumplir con lo que deseo hacer. Haberlo estudiado y haberlo practicado en el mundo real no se traduce en que sepa lo suficiente como para escribir sobre ello. En este caso, me engaño en cuanto a mis capacidades para la tarea (los títulos o la experiencia por sí mismos no muestran gran cosa), como tampoco se traduce en que tenga la capacidad para explicarlo. Conocer algo y saberlo explicar no es lo mismo (como todo estudiante ha experimentado en diferentes cursos y con sus lecturas asignadas). Incluso si soy honesto en lo que asevero, eso no se traduce en que pueda dar un segundo paso: hacer entendible lo que sé. ¿Por qué es importante esto? Porque no ser claro es un defecto que dificulta las comunicaciones y los intercambios o, peor, permite, nuevamente, ocultar las verdaderas intenciones.

Existe otra alternativa. Puedo ser honesto conmigo mismo y aceptar que no soy precisamente bueno para explicar, pero sé que mi fortaleza reside en plantear preguntas importantes sobre aquello que se cree o que se asevera sin más. Incluso puedo plantear dudas sobre lo que se conoce en forma tal que permita ir más allá de lo que se lee, escucha o ve, independientemente de mi capacidad para explicar. A final de cuentas, leer no es lo mismo que estudiar. A veces necesitamos que se nos planteen las preguntas adecuadas para saber cómo estudiar y con ello no sólo entender lo que se conoce, sino para buscar formas de extender ese conocimiento.

Aclaré que en mi escala de preferencias (la capacidad de ordenar de "me gusta más" a "me gusta menos" y así poder comparar lo que está incluido en esa lista) encuentro más atractivo plantear dudas que ofrecer respuestas. Eso no cuadra muy bien con lo que se presenta primero en el primer párrafo. Alego que sé de lo que escribo, eso llamado análisis político. Parece, entonces, que voy a ofrecer una visión en cuanto a lo que se sabe, cómo se sabe y respuestas sobre lo que sea eso llamado análisis político. Tal vez algo más. No sirve de mucho saber lo que sea el análisis político si no aprendo cómo se lleva a cabo y si no aprendo a considerar las ventajas y desventajas del mismo. ¿Cuál es, entonces, mi objetivo en escribir sobre ese tema? ¿Presentar lo que se conoce sobre diferentes temas y sus formas de estudiarlos? ¿Plantear dudas a partir de lo que se conoce o al menos a partir de lo que conozco? ¿Conocer los métodos que se usan para estudiar la política y plantear dudas sobre los mismos para buscar formas alternativas de entender la misma realidad? ¿Todo esto?

El pretender abarcar todo lo que se hace en una disciplina suena quimérico y, peor, deshonesto. Hay mayor seguridad en cuanto a aquello que se ha estudiado a fondo que aquello sobre lo que se tiene una idea general. En tal caso, es mejor atenerse a lo que se conoce mejor y aceptar que existen otras formas de estudiar el mismo tema (el comportamiento electoral, por ejemplo), sin pretender que se puede trabajar con la misma seguridad en algo que se conoce superficial o parcialmente. De una manera u otra, siempre existe un punto de vista. Ello no nos impide ser objetivos. Sólo lo dificulta. Una forma de subsanar esas lagunas es planteando preguntas a partir de lo que se asevera. De esa forma podremos darnos cuenta de lo que ignoramos y de lo que no es tan claro o transparente en cuanto a aquello que se conoce.

En cierta forma, el que asevere que me gusta plantear dudas puede ser trivial. Asumiría que todo individuo se cuestiona sobre lo que lee, escucha (oye) o ve (observa), siquiera en forma sencilla. ¿No acaso puedo recordar individuos curiosos y con la capacidad de plantear preguntas cuando leen, escuchan o ven algo, inclusive cuando están de acuerdo con aquello que se les presenta? Para no repetir las tres opciones me atendré a escuchar, sin que por ello excluya a las otras. Sin embargo ¿podemos estar seguros que es algo que ocurra para todo tema? A final de cuentas, alguien puede ser muy curioso en temas de biología, aunque haya estudiado economía y que no muestre el mejor interés por la psicología. No se puede asumir, por principio, que todo mundo esté interesado en estudiar análisis político porque no todo individuo está interesado en la política. Regresamos al problema de la pluralidad entre los individuos.

Partamos de la realidad que no todo individuo es curioso. Partamos, asimismo, de la realidad que no todo individuo está dispuesto a compartir su curiosidad. El estar de acuerdo o en desacuerdo con lo que leo puede ocurrir en la privacidad de mi cabeza. En tal caso, puedo anotar esas dudas y considerarlas por mi cuenta. No tengo por qué interactuar con alguien más, ni tengo interés porque aparezcan en medio alguno. No tienen por qué dejar de ser dudas privadas. En este sentido también es algo trivial porque no tiene efecto alguno fuera de ese individuo.

Plantear esas dudas deja de ser trivial cuando quien cuestiona se atreve a, o decide, hacerlo públicamente. Acepta entrar en otro juego en que participan al menos dos personas. Por ejemplo, no es lo mismo cuestionar a un amigo que es doctor en física en una cena en casa que cuestionar a un doctor en física en una clase a nivel licenciatura o en una clase a nivel posgrado. Existe una relación jerárquica clara en el segundo caso. Las expectativas en cuanto a cómo formular una duda, mostrar que no se está convencido por la explicación ofrecida, no parecer que se sabe más (o se pretende saber más) de lo que en realidad se sabe, tomar en cuenta la reputación de ese profesor (cómo reacciona a las preguntas y a las consecuencias de ello, por ejemplo) son muy diferentes respecto a cómo serían con un amigo. Es muy diferente que un amigo nos diga ignorante a que nos lo diga quien va a evaluar nuestro trabajo, en especial si estamos en el posgrado.

 
 
Se puede preferir la ruta sencilla de no cuestionar, de no jugar. Quien no cuestiona evita preguntar por qué otro individuo asevera o cree algo. Opta por un diálogo interior y con libros o artículos. Es indudable que a veces no se puede hacer otra cosa. Por mucho que queramos preguntar directamente a un pensador muerto por qué aseveró algo será imposible hacerlo. Quitando esos casos ridículos que algunas personas gustan sacar a colación, se puede preferir la ruta complicada de cuestionar y entrar en un juego con al menos otro individuo. Decidimos preguntar por qué asevera o cree algo, con base en qué, cuál es la evidencia, cuáles son las fuentes en las que se basa para aseverar o creer, si en efecto conoce algo. Ello puede resultar en que los dos individuos aprendan algo nuevo o vean con mayor claridad algo; se queden igual a como estaban al principio; o se caldeen los ánimos y dejen de hablarse por un tiempo. No es sencillo tener el tiempo o la paciencia para ese tipo de juegos. Incluso puede no tener sentido intentarlos.

Existe otra limitante. No siempre podemos tener acceso a aquel individuo con quien quisiéramos plantear nuestras dudas o inquietudes. Es usual que se hable de los políticos como grandes comunicadores, sin que por ello se pueda decir que interactúan directamente con la ciudadanía. Con quienes más interactúan, fuera de la gente en el gobierno, es con los medios de comunicación. Quienes se dedican al periodismo les preguntan sobre avances, justificaciones para propuestas, problemas que se hayan detectado en la administración o temas similares. Las preguntas que tenemos pueden ser consideradas por los reporteros o no ser consideradas siquiera en forma indirecta. Claro, podemos escribir al presidente, senador o representante y recibir una respuesta incluso firmada por el susodicho, sin que sea otra cosa que una respuesta estándar con una firma almacenada en una computadora. En cierta forma, algunas dudas que deberían ser públicas se quedan como dudas privadas por el sistema de intermediación que existe para interactuar con "nuestros políticos". Hay cierto tipo de individuos, sean políticos o sean agentes gubernamentales, con quienes es virtualmente imposible intercambiar ideas o preocupaciones.

John F. Kennedy, trigésimoquinto presidente de Estados Unidos (1961-63). Foto disponible en: https://npg.si.edu/blog/forever-young-existential-style-jack-kennedy


V. ¿Qué pasa con aquellos individuos con quienes sí estamos en posición de intercambiar opiniones o conocimientos? A veces me pregunto si la renuencia a entrar en esos juegos en que se intercambian opiniones o se intercambian conocimientos se debe a que todo individuo tiene respuestas, sepa o no del tema, y que no tiene paciencia para escuchar a otro individuo. Tal vez la explicación no sea tan difícil de encontrar. Parece que se ha perdido la buena costumbre de preguntar "por qué". Se cierra la posibilidad de entrar en un intercambio de ideas, percepciones, perspectivas o conocimientos con otro individuo cuando olvidamos recurrir a esa pregunta. ¿No es un costo demasiado alto el que pagamos cuando no cuestionamos, siquiera acerca de lo que parezca sencillo? ¿Hemos perdido la capacidad de jugar y de cuestionarnos como cuando éramos menores de edad, en la etapa del "por qué"? ¿Estamos tan seguros de todo lo que creemos saber que ya se ha vuelto irrelevante aprender de otro individuo?

Sería lógico, si no es que necesario, plantear dudas sobre lo que leemos, sin esperar a que alguien nos extienda la invitación a ello. Entre más relevante e importante el tema que se esté tratando más se esperaría que se plantearan dudas, una de las bases del análisis, sea o no sencillo el tema.

Analizar requiere cierto grado de escepticismo, de preguntarse sobre la veracidad de las aseveraciones, pero no sólo sobre eso. El que se añada político al análisis se traduce en que se le da diferente peso a los elementos que se incluyen en el análisis. Por ejemplo, he comentado acerca de por qué ofrezco este escrito y lo he relacionado con temas políticos. Una traducción, entonces, se refiere a cuestionarse sobre las intenciones de quien ofrece "velar por nuestros intereses". No importa quién sea ese individuo, su filiación política, edad, sexo o género. Es mejor cuestionar por qué asevera o propone algo que aceptar sin más lo que asevera o, al contrario, asumir que miente con toda la desfachatez posible. A final de cuentas, está tomando decisiones por nosotros, sea eso con buenas intenciones (el camino al Infierno está empedrado con buenas intenciones, dicen) o como una amenaza. ¿Por qué querría hacer algo así? ¿Con base en qué? ¿Qué capacidades tiene para algo tan ambicioso y qué tan dispuesto está a aceptar que se le vigile en el intento? ¿Podemos creer que una persona con poder pueda ser tan buena como para "velar por nuestros intereses"? Como se puede ver, traduje las dudas sobre mis intenciones en cuanto a por qué ofrezco lo que ofrezco a las intenciones de quien ofrece algo con tal de recibir nuestro voto.

 
 
Ocurre, en ocasiones, en que se nos dan los elementos para realizar un análisis y no los aprovechamos. Por ejemplo, en el título a esta entrada aparece "cuestionar". En clase notaba que podía dejar esa palabra en la presentación en PowerPoint o en el pizarrón y que no servía de mucho, incluso cuando hacía aseveraciones que a todas luces no podían ser otra cosa que exageraciones o interpretaciones equivocadas. También lo noté en diferentes ocasiones en Facebook.
 
Lamentablemente, no cuestionar puede resultar en una tragedia cuando no prestamos atención a lo que ofrece alguien que quiere acceder a un puesto de elección popular. Sus discursos son como esos textos que dejamos de lado (lo que haya escrito o lo que haya dicho en sus discursos), como lo son sus acciones antes de ese momento en que busca nuestro voto. Pero ¿cuántos ciudadanos, cuando están por votar, reparan en que no se vota por un candidato sino por un candidato y la gente con la que se asocia)? Muchas veces ni siquiera existe la curiosidad por considerar la capacidad de ese candidato para responder o no a preguntas y si acepta el tipo de respuestas que ofrezca. Y hay candidatos que dicen exactamente lo que van a hacer si ganan las elecciones, que terminan siendo muy parecidos a los revolucionarios que dicen exactamente lo que van a hacer si derrocan a lo que será el antiguo régimen. Hay ejemplos trágicos de ello en la historia, y no sólo de ese individuo en que seguramente se está pensando, sino el caso de Vladimir I. Lenin (1870-1924), el Sr. Ulyanov, Fidel Castro (1926-2016) o Hugo Chávez (1954-2013). En dos casos, sus enemigos y sus hermanos en armas no quisieron ver lo que tenían a la vista. La mayor parte de la ciudadanía no tuvo mucho que decir. En el tercero se votó por quien buscaba acabar con la posibilidad de votar, excepto por él. Deberíamos dudar en cuanto a esas figuras públicas que defienden con intransigencia sus vidas privadas, empezando por aquellos temas que son importantes para la ciudadanía, de la misma manera que deberíamos dudar de quien se erige en ejemplo a seguir, cual figura sacada del Nuevo Testamento. También deberíamos dudar de quien dice con fervor "creo en X", siendo que, más allá de The Dark Knight ("I believe in Harvey Dent"), la película de 2008 dirigida por Christopher Nolen, es el tipo de frases que se relacionan con los grandes dictadores del siglo XX (ver, por ejemplo, Klemperer 2016, cap.18).

Hay demasiado que aceptamos de los candidatos o de quienes ganaron una elección sin tomarnos la molestia de cuestionar si es buena idea aceptarlo o si es buena idea rechazarlo, de si es posible creer o no en lo que nos dicen, en lo que nos prometen o en lo que aseveran sobre sus cualidades personales. A veces pasa lo contrario: desconfiamos de más sin que exista una buena razón o justificación para ello. Tal vez este segundo caso ocurra porque hemos experimentado que nada es gratis. Tal vez estudiamos economía y aceptamos el principio de "no hay nada como una comida gratis" sin más. Puede, sin embargo, existir una razón preocupante. Esa desconfianza puede ser un rasgo común en la cultura en que nos desenvolvemos. No es que desconfíe por una razón, sino que es algo que he aprendido. Es mejor desconfiar y guardar silencio, revelar muy poco o lo menos posible sobre lo que pienso, como ocurre bajo las dictaduras, el autoritarismo, el totalitarismo o la sociedad cortesana (baste leer, por ejemplo, a Gracián 2007).

Esto crea un problema. Si hemos aprendido a desconfiar ¿cómo podremos entablar diálogos, plantear dudas, si no confiamos en alguien que no conocemos personalmente (sin que ello garantice podamos tener confianza en ese individuo) o que no ha sido recomendado por las "personas adecuadas"? ¿Deberíamos, incluso, ignorar a quien es recomendado como "alguien que se debe evitar" porque así lo consideran las "personas adecuadas"? Aunque suene lógico, existe un problema. ¿Estamos dispuestos a que alguien decida por nosotros? Pero aparece la peor ironía: alguien nos dice que puede resolver los grandes problemas nacionales porque es honesto, porque no es como los anteriores y votamos con los ojos cerrados por la promesa de ese individuo. Lo problemático reside en que ese individuo fue parte de ese sistema de amiguismo, corrupción y beneficios personales que llevaron al país a tantos problemas. ¿Cuál es la lógica de algo así? ¿Quién votaría por un candidato que es garantía casi segura que sea la última elección en que se participe? En parte me refiero a la tragicomedia que se vive en México, como en parte me refiero a las tragicomedias que se han vivido en otros países y en otras épocas. No es cuestión meramente de lo que pasa aquí, sino de aprender a comparar (qué es similar) y contrastar (qué es diferente). Basta buscar ejemplos más allá de Chávez para considerar que algo no funciona muy bien con la ciudadanía.


VI. Existe la posibilidad de que quienes votan por imponerse un yugo hayan considerado que esa posibilidad era remota. Digamos que estamos dispuestos a tomar riesgos, es decir, no hay forma alguna de saber qué sea real o falso sobre lo que se dice sobre cierto candidato o sobre las posibles consecuencias si llega a un puesto importante de elección popular. Tomamos una decisión por nuestra cuenta y con base en poca o nula información. Es indudable que enfrentamos un problema y que lo neguemos o que tomemos la decisión con base en algo adicional o externo a lo que estamos por decidir. Hasta nos podemos crear historias o fantasías que justifiquen nuestra decisión ("nos va a ir peor si gana Y, no si gana X", siendo que ¿cómo podemos saber con certidumbre lo que depara el futuro?).

Consideremos que nos recomiendan leer Human Action (1949) de Ludwig von Mises (1881-1973) o The Constitution of Liberty (1960) de Friedrich A. von Hayek (1899-1992). Sin llegar a la densidad de otros pensadores, no dejan de ser libros complicados sobre un tema que nos puede apasionar, la libertad. Decidimos leer uno u otro porque, sin la menor información, consideramos que no leerlos es un error (¿con base en qué se determina algo así?). Puede suceder que una vez terminada la lectura consideremos que es lo peor que nos haya pasado en la vida después de ir al dentista. En ese sentido podemos decir que perdimos tiempo, un recurso escaso. Años después nos enteramos que no entendimos la profundidad del pensamiento del para nosotros ahora más que conocido desconocido que nos causó dolores de cabeza. Existe un incentivo a reconsiderar lo que leímos porque el costo de ello es volver a usar tiempo en estudiar ese libro. Ahora encontramos que no es tan bueno como se dice ni tan malo como creímos.

A veces debe pasar tiempo antes de poder valorar lo que se nos ofrece. André Gide (1869-1951) rechazó para publicación, sin leer, En busca del tiempo perdido de Marcel Proust (1871-1922). Después admitió que había sido uno de los peores errores de su vida. En su caso ganó el prejuicio, no una apuesta sobre la relevancia del libro. Autores o pensadores que en su momento fueron muy bien considerados ahora son, si han tenido suerte, un pie de página o una curiosidad, o pasan de ser figuras obscuras a ser idealizados en algunos países. A su muerte, Karl Marx (1818-83) era un venerable desconocido fuera de su círculo de amigos o fieles seguidores. Ahora empieza a ser, nuevamente, objeto de culto para algunas personas que gustan de la visión de la ciencia del siglo XIX, del determinismo y de la huida de la política. De desconocido pasó a ser una figura de corte cuasireligioso. Por su parte, no hay economista que pueda vivir sin hablar con admiración de Adam Smith (1723-90) gracias a la "mano invisible", y ¡sin siquiera haber leído The Theory of Moral Sentiments (1759-1790) y An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (1776)! Dos libros quedan reducidos a una frase que aparece en los dos libros y sólo se considera por su aparición en uno de los dos. Ocurre algo parecido en el arte. En su momento, Joachim Raff (1822-82) fue considerado uno de los grandes compositores europeos, tan respetado como Johannes Brahms (1833-97) o Richard Wagner (1813-83). Es difícil encontrar a alguien que conozca siquiera las obras que fueron más populares cuando vivía, pero hay quienes consideran que es uno de los grandes compositores que injustamente ha sido dejado de lado. Habría que considerar, en tal caso, la obra original, de Lutero (1483-1546) y el uso que hacen de ella Johann Sebastian Bach (1685-1750), Felix Mendelssohn (1809-1847) u Otto Nikolai (1810-49) para considerar si es una injusticia el que Raff haya sido relegado. No está de más olvidar un poco aquello sobre lo que se escribe y ver más allá de una parte de la realidad.

Joseph Joachim Raff: Ein feste Burg ist unser Gott, Ouverture, Op.127, Stuttgart Philharmonic Orchestra, Giovanni Bria. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=aAIRn27dFEw&t=46s

Respecto a la política, la diferencia entre "arriesgarse" a leer un libro que en su momento es un dolor de cabeza y años después pase a ser nuestro libro favorito reside en que el costo principal es el tiempo dedicado al estudio de ese libro. Arriesgarse en cuanto a votar por alguien sólo con base en la menor información posible o lo que creemos sobre ese individuo es muy diferente. Podrán existir mecanismos para quitar a ese individuo de su puesto si resulta nefasto, sin que por ello sea posible quitarlo del puesto. No existe la posibilidad de recuperar lo que se haya perdido durante el tiempo que ese individuo haya ocupado el puesto, como se vivió en México después de las presidencias de Luis Echeverría Álvarez (1970-76) y José López Portillo (1976-82). Tal vez en el futuro se pueda decir con mayor claridad si fue buen o mal presidente ese a quien se ama o desprecia (nuevamente, no es sólo acerca del aquí y ahora), pero en el momento ya es muy tarde para considerar si fue buena o mala decisión votar por él. Eso debió haber ocurrido antes.


VII. En los apartados anteriores no he escrito directamente sobre el análisis o el análisis político. He mencionado elementos que aparecen en los análisis y he analizado, siquiera en forma rápida y somera, un párrafo en apariencia irrelevante y he retomado ese principio para considerar algunos aspectos de lo que ocurre en la política. Hay similitudes entre las preguntas que nos hacemos cuando estamos pensando en comprar algo y cuando estamos pensando en dar nuestro voto a algún candidato, como planteó inicialmente Schumpeter (1983, cap.22). Hay diferencias, también. No toda pregunta que nos hagamos es útil o relevante para el objetivo que nos hayamos planteado. He ejemplificado, comentado y preguntado sin entrar en el tema, sin tener claro cómo es que se debe proceder.

Resumo, entonces, lo que he planteado. Todo individuo tiene que tomar decisiones, sea sobre leer algo, comprar algo o sobre tener confianza o no acerca del individuo que pide se vote por él. Para tomar decisiones se necesita información. Idealmente, esa información permitirá tomar las mejores decisiones posibles. El problema es que no siempre se tiene acceso a información completa, imparcial y oportuna. Se recurre a simplificar al recurrir a lo que diga alguien en quien se tenga confianza, siendo que puede sesgar de una u otra nuestras decisiones. Alternativamente, se recurren a formas no muy sólidas, lógicas o consecuentes para tomar decisiones. En cuanto a confiar en otro individuo, sin que se lo proponga, se pueden tomar decisiones que reflejen lo que le importa a ese individuo y no lo que le importa a quien busca tomar una decisión. Lo grave ocurre cuando esa otra persona busca en formas sutiles sesgar nuestra forma de ver la realidad y que decidamos en la forma en que ese individuo quiere. En cuanto a tomar una decisión por medios dudosos, la decisión se toma con base en la propia experiencia (¿qué tanta experiencia es suficiente para tomar la decisión correcta?) o en una huerística. Se prefiere tomar un riesgo y decidir con base en tan poca información que se recurre a un volado o se deja de lado el problema pretendiendo que no se hace eso. Asimismo, se puede tomar una decisión con base en lo que prefiere la mayoría, esa que tiempo después puede renegar de aquello que le interesaba o aplaudía (¿lo que plantea Shakespeare en Julius Caesar?). Se puede decidir a partir de la razón o a partir de las pasiones. Como sea, sin que eso sea el análisis, importa saber por qué se toman ciertas decisiones, sea por parte de quienes dicen representarnos o por parte de quienes delegan, la ciudadanía, la responsabilidad en otros para que tomen decisiones. Importa porque es un juego en que alguien va a ganar y alguien va a perder, aunque sea por una temporada breve.

En el análisis, por presentarlo en forma de lista sin un orden particular, se consideran elementos como la forma en que se plantea una pregunta (la forma implica la respuesta, y aunque se pueda creer lo contrario, plantear una buena pregunta es muy difícil); hay al menos dos lados en todo debate, con incentivos a no ser precisamente claros u honestos; las preferencias de los individuos; lo que asumen (los supuestos a los que recurren); sus creencias y sus conocimientos; los juegos en que participan (con los candidatos, políticos u otros individuos); la forma en que se presentan quienes participan en el juego, es decir, quiénes son más allá de la imagen que presentan; los recursos con que cuentan (qué les da poder, por ejemplo); lo que se dice, lo que no se dice y lo que queda implícito; la importancia de, por recurrir a una frase conocida, "ponerse en los zapatos del otro"; la existencia de redes sociales en las que participamos (que son fuente de percepciones, sesgos, filias y fobias, entre otros elementos); lo público; lo privado; el contexto; el que los individuos deben tomar decisiones con base en la información que poseen, es decir, lo que saben en cuanto al desempeño de un individuo (decisiones retrospectivas) o qué creen pueda suceder si gana ese individuo (decisiones prospectivas); el paso del tiempo como elemento para aprender; las consecuencias de las decisiones tomadas y la posibilidad o no de arrepentirse de esas decisiones.


VIII. Conocer cuáles son los elementos que se puedan incluir en un análisis no es lo mismo que saber cómo hacer un análisis. Para ello se deben considerar las reglas del juego (leyes y normas), el estado de derecho, las burocracias encargadas de hacer que se cumplan las leyes, los objetivos reales e ideales de la política, los medios legales e ilegales para conseguirlos, quiénes pueden y no participar en la política, su interés en respetar las reglas o en cambiarlas dentro del marco normativo existente o fuera de él, entre muchos otros. Cada uno debe ser tratado por separado y en sus interacciones con los otros para construir un análisis, que a final de cuentas depende de aquello que queramos saber. De ahí la relevancia de saber plantear preguntas en forma sistemática o, si se prefiere, siguiendo ciertas reglas.

Podemos considerar un ejemplo un poco más bajado a tierra de lo que se ha considerado hasta el momento. Las votaciones son uno de los procesos más visibles en todo sistema político. Podemos considerar cuatro elementos que estructuran las elecciones:

  1. Existe un marco normativo que regula las elecciones. Esto va desde los plazos estipulados en que deben ocurrir, a menos que ocurran por un acontecimiento inesperado (la muerte de un presidente, por ejemplo), hasta el voto mínimo que debe recibir un candidato para ganar la elección y la forma en que se traducirán los votos en curules. Se considera quién puede votar y quién no (edad mínima, documento para votar, dónde votar, por ejemplo), cómo estarán dibujados los distritos electorales, cuántos integrantes tendrá el Congreso, los requisitos para registrar un partido político y para mantener su registro, los requisitos para ser candidato, el uso de dinero público (y privado, si está permitido). En otras palabras, existen reglas del juego que deben respetar quienes participen, sea como oferentes (los partidos y sus candidatos) o como demandantes (la ciudadanía).
  2. Existe una instancia electoral independiente del gobierno encargada de instalar casillas, contar los votos, dibujar los distritos electorales, entre otras responsabilidades. Asimismo, existen tribunales especializados en temas electorales, encargados de corregir errores u omisiones por parte de la instancia electoral. En otras palabras, existen instancias que garantizan la imparcialidad y limpieza de las elecciones. En este proceso ayudan los medios de comunicación, que pueden actuar como una fuente adicional de datos e información que corrobore lo que reporta la instancia electoral o lo que reporten candidatos o partidos.
  3. Existen quienes buscan ganar las elecciones, quienes se ofrecen para trabajar desde el gobierno para resolver problemas que se considera son responsabilidad gubernamental (algo marcado por ley). Por una parte, están los partidos políticos. Presentan candidatos para diferentes puestos de elección popular (Congreso nacional, estatal y local; presidencia, gubernaturas y jefaturas de gobierno como mínimo). Cada partido o cada candidato presenta una plataforma o su agenda de trabajo. Los candidatos pueden ser seleccionados en procesos internos al partido o pueden participar en la selección personas afiliadas al partido, pero que no trabajen o sean parte de la jerarquía del partido. Los partidos pueden ejercer control o disciplina sobre sus candidatos (representantes en caso que ganen) o pueden darles libertad para tomar decisiones. Esto se traduce en que los candidatos, una vez electos, representen a los partidos o representan a sus distritos o estados. Los partidos o los candidatos buscan convencer a un electorado nacional, estatal o local para que vote por ellos. Recurren a la retórica para ganar votos, lo que incluye el uso de campañas negativas, promesas atractivas que pueden o no ser cumplidas. Por otra parte, están, entonces, los candidatos que, en caso de ser electos, pasarán a ocupar un puesto en el Congreso o estarán al frente del poder ejecutivo. Qué tanto margen de acción tengan dependerá del control que ejerza el partido y de las coaliciones que los ayudaron a ser seleccionados como candidatos y después a ganar el puesto. En principio, todo candidato ganador debería respetar y ayudar a mantener las reglas del juego o a buscar modificarlas para corregir errores o problemas, no a cambiarlas radicalmente.
  4. Está la ciudadanía, que puede estar o no interesada en la política, identificarse o no con un partido, votar de acuerdo a cómo se vota en su familia, votar de acuerdo a cómo votan sus amistades o grupos de referencia, quienes votan a partir de informarse sobre lo que proponen los partidos o los candidatos o simple y sencillamente no votar. La ciudadanía puede tomarse en serio las elecciones o puede considerar que no vale la pena perder tiempo en ellas (en este caso, pueden pensar que todos los políticos son iguales, siendo que todos ven por sus intereses y todos roban). Hay quienes se interesan por algunas elecciones y no por otras. Hay quienes son indiferentes ante el resultado de las elecciones.

Hay demasiados elementos y características por considerar con cada uno de los cuatro elementos como para un escrito de esta naturaleza. Dejaré de lado casi todo, excepto la relación indirecta que se establece entre quien busca ganar la elección y quien decide emitir su voto, un problema de oferta y demanda. Lo que quiero saber es si existen razones para pensar que todo ciudadano va a buscar información sobre lo que ofrece cada candidato, la posibilidad que cumpla con sus promesas de campaña y si usa esa información a la hora de votar. En forma sencilla, quiere saber quiénes se informan antes de votar.

En una de las formas más famosas de análisis del comportamiento electoral se asume que existe una identificación partidista que, en el caso de Estados Unidos (donde inició esta forma de análisis), va de Demócrata a Republicano, con paradas intermedias: Demócrata fuerte, Demócrata débil, Es favorable a los Demócratas, Independiente, Es favorable a los Republicanos, Republicano débil, Republicano fuerte. Esto forma parte del llamado modelo de la Universidad de Michigan (psicología), uno de los tres modelos de comportamiento electoral (para una visión general, ver Harrod and Miller 1987, ch.6). Los otros dos son el modelo de la Universidad de Columbia (sociología) y el de la Universidad de Rochester (elección racional). La base de esa identificación partidista es que se aprende en casa, por lo que o somos Demócratas o somos Republicanos, los casos extremos.

En lo que sigue simplifico lo que se ha aprendido a partir de Michigan y Columbia, y retomo en forma muy escueta algunas ideas de Rochester. Lo que presento es como un dibujo terriblemente sencillo, uno que sólo busca captar los rasgos principales.

Lo que presento no es tan esquemático, pero tampoco es tan detallado como podría ser. Dibujo disponible en: https://www.bbc.com/news/education-28852471

Si el individuo vota de acuerdo con la forma en que vota su familia (Michigan) o de acuerdo con la forma como vota su grupo de referencia (Columbia) entonces el problema se simplifica para quien quiere saber si los votantes se informan antes de emitir su voto. Sea quien sea el candidato, será "bueno" si es del partido por el que siempre se ha votado o por el que promueve causas importantes para el grupo de referencia. Son el tipo de personas que "siempre hemos sido PRIístas" o "sólo el PRD se preocupa por los problemas que enfrentamos quienes somos LGBTTTI". La curiosidad no tiene por qué ser una de las características de esos individuos. Mientras no haya una razón de peso para cuestionar su forma de votar no se preocuparán por pensar con cuidado por qué partido es por el que deben votar.

Casos aparte son los individuos que no se identifican con partido, grupo de referencia alguno o se inclinan por una u otra de las opciones, sin que estén convencidos que votar siempre por un partido sea una buena idea. Pueden preferir votar por candidatos y, en tal caso, elegir a un independiente o a alguien de algún partido menos dominante. Son los llamados "votantes independientes" o quienes "son favorables a...". Estos son los individuos que, al menos en principio, se puede considerar buscan estar informados sobre candidatos, partidos y plataformas para tomar la decisión de por quién votar. Son esos votantes que toman en consideración las propuestas de los partidos, al menos en los temas que les importan, y que tratan de averiguar algo sobre los candidatos. A final de cuentas, saben que las promesas de campaña pueden no ser realizadas porque la decisión que se tome resultará de un proceso de negociación y acuerdos no siempre públicos; que no se vota por un candidato sino por un candidato y el equipo que lo acompaña; que una vez electo deberá tomar en consideración no sólo las preferencias de otros políticos, incluido el presidente, sino a quienes, por medio del dinero, tienen mayor acceso que los ciudadanos comunes y corrientes.

Para este tipo de votantes no es extraño recurrir a alguno o a varios de los elementos que mencioné en el apartado anterior. Saben que: leer la plataforma de campaña es leer sobre lo que harían los candidatos en un mundo ideal; exageran sobre sus capacidades para resolver problemas y sobre la posibilidad de resolverlos; ser candidato no es lo mismo que ser representante/senador o ser presidente (un excelente candidato puede ser un pésimo presidente, como ocurrió con el primer presidente del PAN en el 2000; quienes ganen deberán negociar con otros políticos y que incluso el presidente tiene problemas para imponer su agenda (a final de cuentas, quienes ganen deben adaptarse a un sistema que está en marcha y en que pueden llevar a cabo cambios al margen). Esto lo habrán aprendido con el tiempo o lo habrán estudiado, pero saben que deben cuestionarse sobre las intenciones y las capacidades de quienes compiten por esos puestos. En tal caso, se puede decir que votan no por la mejor opción sino por la que sea la menos mala -- algo que dista de ser alentador o la base para una buena decisión --.

Lo que resulta fascinante es que es poca la gente que se informa de esta manera o que toma en consideración esas limitantes (ver, por ejemplo, Achen and Bartels 2017). La mayoría de la gente vota sin saber bien a bien por quién está votando. Muchas veces no pueden siquiera distinguir entre quien sea un candidato de "izquierda" o uno de "derecha", diferencias tan importantes para algunos opiniólogos en México. Muchas veces no entienden lo mínimo en cuanto a cómo funciona el gobierno y menos en cuanto a las políticas públicas, siquiera las más sencillas. Muchas veces es más importante la imagen que la realidad. Quienes tienen el mayor incentivo a estar lo mejor informados posibles son investigadores o analistas en temas de partidos políticos y comportamiento electoral, asumiendo que existan los incentivos para ello o la persona sea algo obsesiva. Para demasiados votantes, la imagen mata otras consideraciones.

El marketing político hace maravillas, incluso cuando debilita o derrota a quienes buscan informarse.

Para bien o para mal, no todos los votantes deciden informarse. Tal vez la sorpresa sea que algunos sí lo hacen. Algunos votan con base en que las promesas suenan bien, en que la alternativa suena peor, en que el candidato "habla como nosotros y sobre nuestros problemas" o incluso que "el candidato es de nuestro grupo". No aprovechan para saber más acerca de quienes les pueden estar vendiendo un auto usado como si fuera nuevo y que, además, funcionará por un mes, más o menos. Si esos votantes hubieran sido curiosos tal vez se hubieran ahorrado dolores de cabeza o algo peor. No podemos olvidar que algunas de las peores dictaduras ganaron elecciones antes de imponerse. Esos votantes no hicieron siquiera el esfuerzo mínimo por ver lo que tenían a la vista, que es lo mínimo que se requiere en un análisis. Cabe imaginar lo que podría suceder si se hiciera un análisis cuidadoso de lo que se propone en una plataforma en que se buscan resolver los grandes problemas nacionales. Si con un párrafo trivial, como el que inició este escrito, se pueden encontrar tantos elementos por considerar y se pueden solicitar tantas explicaciones ¿qué podría suceder con una plataforma que habla sobre economía, política, sociedad y tantos otros temas? Pero ¿y qué de quienes se postulan a esos puestos de elección popular? ¿Cómo estamos seguros que están dispuestos a siquiera intentar cumplir sus promesas o que están dispuestos a respetar las reglas del juego? ¿Quiénes son los patrocinadores de ese candidato y quiénes los individuos que llegarán a gobernar por ser cercanos al candidato ganador? Aunque es posible que todo político sea un psicópata ¿estamos seguros que este no es peor que la media?

Hay que reconocer que no es sencillo trabajar con "mucha" información. Hay que saber seleccionarla. En tal caso, podemos atenernos a los temas que nos interesan, nada más. Incluso eso no tiene por qué resultar en un análisis que sea útil. Como se comentó, se puede tener a la vista toda la evidencia que se requiere para concluir que es un error votar por un candidato o el apoyar cierta política y de todas formas votar por ese candidato o apoyar esa política. No siempre es irracionalidad lo que explica eso. A veces es muy difícil o imposible obtener esa información. A veces es irrelevante tratar de obtenerla. Asimismo, si se toma la decisión de compartir lo que se aprenda a partir de esa información existe la posibilidad que se tome en consideración lo que se presenta o que sea ignorada excepto por unas cuantas personas. Tiempo después ya no se puede negar el error y surgen las voces que "con claridad" advierten del problema ya que ha avanzado demasiado como para corregirlo. Llega a suceder que sean las mismas voces que criticaron a quien parecía ser demasiado negativo o pesimista en sus análisis. No es un problema nuevo. Maquiavelo (1469-1527) había advertido sobre tardar demasiado tiempo en diagnosticar una enfermedad y actuar ya que era muy tarde (2019 pp. 54-5).

El análisis de la política, entonces, presenta retos muy grandes. Es posible tener a la vista la información que se necesita y poder dudar de, o no creer, en ella. Se puede creer en ella, llegar a conclusiones correctas y que no sirvan de mucho hasta que sea tarde. Se pueden considerar todos los elementos relevantes, pero la realidad se puede encargar de un cambio imprevisto que tira al traste todo lo que se había entendido (el problema de la Fortuna para Maquiavelo). Tal vez si Mirabeau (1749-91) no hubiera muerto la Revolución Francesa hubiera continuado en forma diferente (Ortega y Gasset 1984). Se pueden considerar elementos que son relevantes y dejar de lado uno que no parecía relevante y de hecho lo era. Y esto es apenas el inicio. Hay mucho que se deja de lado como irrelevante o como una constante, por decirlo así, siendo que ni es irrelevante ni es una constante. Esto se irá viendo poco a poco pues apenas se plantea el problema de lo importante que es cuestionar y dudar acerca de lo que cree uno mismo.


IX. El análisis político es una invitación a reflexionar en una forma particular. Requiere conocer y pensar acerca de lo que se conoce sobre la política y sobre los alcances y límites de las formas en que se estudia esa realidad, es decir, a partir de la forma en que se aprende a estudiarla en la licenciatura y en el posgrado. Hay que advertir algo, sin embargo. Sin entrar en detalles, al menos por el momento, la ciencia política no ofrece una sola forma de estudiar la política. Más que una disciplina, es una indisciplina. Ofrece diferentes perspectivas que buscan entender una realidad que no siempre se entiende de la misma manera. No siempre existe acuerdo en cuanto a lo que se estudia ni consenso en cuanto a las conclusiones que se obtienen, incluso cuando hay acuerdo sobre lo que se estudia. Tal vez sea irónico que se requieran años de estudios y de investigaciones para entender a fondo una parte pequeña de esa realidad. A pesar de todo ese esfuerzo, no hay garantía alguna que se logre un acuerdo incluso sobre esa pequeña parte con otra persona que estudie lo mismo. Tal vez estemos condenados a sólo llegar a un consenso en cuanto a grandes generalizaciones que no dicen mucho. Tal vez haya que aceptar que domina la cacofonía y no una voz. Ante esto, es difícil saber a quién prestar atención para con ello tener alguna garantía que en efecto sabemos más sobre la realidad por hacerle caso a ese académico o a ese analista.

Para complicar más la situación, es usual que haya individuos no académicos o no analistas -- aquellos interesados en la política, pero sin formación profesional en ciencia política o aquellos con una formación básica o a nivel licenciatura en ciencia política egresados de universidades de dudosa reputación -- que crean que no es necesario conocer cómo se estudia y lo que se ha aprendido en la disciplina o que una formación general basta para entender las complejidades de la política. Demasiada gente gusta de no cuestionarse sobre lo que asevera, sin que por ello muestre empacho o modestia ante la posibilidad de compartir a los cuatro vientos sus ocurrencias. Algunos llegan a creer que la política es una actividad intuitiva, sencilla y clara. Por lo mismo, cualquiera puede hablar de ella con tanto entendimiento como quienes la han estudiado por décadas. Se podría decir que esos individuos modifican y retoman con gusto lo que planteaba el Chef Gusteau en Ratatouille (2007): "cualquiera puede analizar la política". A veces esos individuos están dispuestos a hacer el mismo esfuerzo que Remy por mostrar que Gusteau está en lo cierto. Algunos incluso llegan a ser exitosos como Remy. Parece, empero, que a la gran mayoría le basta con aceptar la validación y justificación del temible Anton Ego para considerar que Gusteau o Remy aprobarían su trabajo asistemático, claro, si esos personajes de fantasía fueran analistas políticos.

Ratatouille, Anyone can cook, Anton Ego's review, disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=tNpGFaoYWVA

No es de extrañar, entonces, escuchar en discusiones sobre política que se defienda una creencia o una idea sin que se haga el menor esfuerzo por remitirse a lo que se ha estudiado, a lo que se conoce, sobre ese tema o, al menos, en que se muestre que hubo algún tipo de reflexión que buscara poner en duda lo que se asevera y se encontrara que resistía esos ataques. Lo que importa es lo que se tenga que decir. Es sencillo para ese tipo de individuos aseverar, por ejemplo, que el presidente X es "grande" o un "estadista" porque así le parece.

Como ya se comentó, en una discusión amigable no tiene mayor relevancia el que se sepa que la "grandeza presidencial" ha sido estudiada y que hay criterios para determinar lo qué es. No todo intercambio es acerca de conocimientos. Simple y sencillamente se comparten opiniones y se escucha con gusto lo que dice otro individuo. El tema, en tal caso, es un pretexto para convivir y divertirse. Si alguien dijera en ese tipo de intercambios que el presidente X es uno de los grandes porque es muy apuesto nos podría dar risa o podríamos cuestionar o criticar los gustos de quien asevera eso, sin que pasara de ser algo sin mayor relevancia. Lamentablemente, hoy en día ese tema puede degenerar rápidamente en un conflicto intenso. Es lo que estamos viviendo en México desde 2018 o que se ha vivido en Estados Unidos, sin que empezara con Donald J. Trump (2017-2021). La situación se vuelve extrañamente sencilla de visualizar: se está con un grupo o con otro, se es amigo o se es enemigo. No hay un punto medio. No hay interés en escuchar al otro lado, en preguntar por qué se cree eso, con base en qué se puede justificar esa aseveración. Tampoco hay interés en buscar justificaciones más allá de un discurso que se repite interminablemente y que suena demasiado oficialista. Se está dispuesto a exagerar o a mentir con tal de ganar, incluyendo el recurrir a argumentos que parecen basados en razonamientos objetivos o en evidencia incontrovertible. No es acerca de determinar lo que sea cierto, sino de imponer una visión, una que debería ser aceptada o rechazada por "toda persona pensante". Se mata a la curiosidad y a la capacidad de cuestionar.

Dado que se puede recurrir a la razón para en forma incorrecta tratar de determinar una aseveración ¿no podría la razón en forma correcta ayudar a controlar las pasiones y corregir lo que sean razones mal presentadas? Bastaría, en tal caso, con mostrar a cada lado aquello en lo que están de acuerdo y aquello en lo que están equivocados para reducir las tensiones. Hasta se puede proponer que la polarización atizada por las redes sociales será contenida con la objetividad y la evidencia. Suena bien, sin que sea sencillo hacerlo o lograrlo. Por una parte, puede resultar contraproducente con algunas personas. Sólo se logra que se atrincheren más en su forma de ver el mundo. Con otras puede ser de utilidad si se está dispuesto a seguir un camino largo, como se verá un poco más adelante. Por otra parte, debido a que la razón misma puede ser usada para defender posiciones pasionales, que es sencillo recurrir a las falacias y más sencillo buscar evidencia que corrobore "objetivamente" aquello que aseveramos, deberíamos considerar si tiene sentido tratar de razonar con los iracundos o con los convencidos. En realidad, tratar de reflexionar con individuos convencidos de saber lo suficiente sobre política (o el tema que sea) es un ejercicio desesperante, cuando no inútil. Tal vez fue lo que no vio Unamuno en ese supuesto intercambio. El resultado usual para quien busca mediar o ayudar a ver el mundo desde otra perspectiva es lograr ser ignorado, recibir burlas o ser insultado, cuando no amenazado. Hablar a partir del desconocimiento es irrelevante. Lo importante es defender "mi visión". La tragedia es que para quien propuso el uso de la razón empieza a sonar más sencillo, y tal vez sea más satisfactorio, olvidar la razón y aplastar a ese contrincante irracional.

Hay temas que generan polémicas que devienen en violencia, incluso muerte. Ejemplo de ello es lo que ocurre con los migrantes de Medio Oriente o de África que buscan entrar a Europa, por ir más allá de lo que pasa en las fronteras sur de Estados Unidos y de México. Se toma partido en contra de los migrantes. Se alega que su entrada al país es dañina porque vienen de culturas diferentes y extrañas que no les permitirán integrarse con la mayoría. Además, terminarán reemplazando a los blancos o, si se prefiere, a los "puros". Buscar ayudarlos porque son seres humanos es romanticismo trasnochado, cuando no deslealtad a la propia cultura o, peor, a la "raza". Que ese tipo de argumentos haya desembocado en los momentos más terribles del siglo XX pasa desapercibido o ni siquiera es conocido.

Me queda claro que para quienes están convencidos de saber todo lo que necesitan sobre la política o sobre lo político que remitirse a lo que se ha estudiado por siglos sobre la política es irrelevante. Sólo se puede reflexionar con quien desea cuestionarse lo que cree, sabe o conoce. Claro, reflexionar sobre lo que se opina, sabe o conoce no es suficiente. Debe existir el contexto adecuado para ello. Debe existir la actitud adecuada. Eso no se puede saber por adelantado en todos los casos. Hay gente que no puede aceptar a los gays hasta que conoce a uno. Hay gente que después de platicar con uno queda más convencida de estar en lo correcto y de aumentar su desprecio. Hay gente a quien se le pueden recomendar libros acerca de la inexistencia de una conspiración judía mundial y que aceptarán con horror que estaban equivocados en lo que creían. Hay gente que sólo afianzará sus temores y odios porque quien recomienda esos libros es, en realidad, un agente judío o alguien a quien le lavaron muy bien el cerebro. Simple y sencillamente hay que admitir que el análisis político no sirve para que todo individuo abra los ojos.

 

X. Reflexionar sobre lo que conocemos nos lleva a reflexionar sobre la forma o las formas en conocemos algo. No debe extrañarnos que dos académicos o dos analistas (serios, sólidos, profesionales, objetivos, sin agenda personal o partidista) estudien el mismo acontecimiento, recurriendo a los mismos hechos, y lleguen a conclusiones diferentes. Por ejemplo, los dos aceptan que el presidente X fue poderoso. Para un analista eso se debió a que X sabía persuadir a otros individuos relevantes en la política, siendo que esos otros individuos lo apoyaron en forma tal que X pudo cumplir su agenda. Los persuadió gracias a sus argumentos. Para otro analista X fue poderoso gracias a la forma en que usó las reglas del juego y a las burocracias relevantes para cumplir con su agenda. No tuvo que persuadir a nadie. Sólo tuvo que modificar la estructura de beneficios y de costos para obtener las acciones que requería. Las dos explicaciones son complementarias. Sin embargo, si nos atenemos a una u otra tendremos una visión diferente de lo que es el poder presidencial, al menos para el caso de X. Por recurrir al lenguaje técnico, lo ideal sería que se presentara la equifinalidad, es decir, por diferentes caminos, combinaciones de variables o mecanismos causales se llega al mismo resultado. Como sea, deberíamos cuestionarnos, aunque fuera de vez en cuando, no sólo qué es lo que conocemos sino cómo es que lo conocemos. De esta manera podremos clarificar ideas, conceptos, usos, métodos. Podremos tener mayor claridad sobre los alcances y límites de lo que conocemos debido a cómo es que lo conocemos. Es una oportunidad para seguir aprendiendo. Contrario a lo que se pueda creer, seguimos aprendiendo mientras estemos vivos mentalmente.

 

XI. He mencionado en repetidas ocasiones "política", "político" y "análisis político" sin decir lo que sea eso. He dado algunas ideas sobre el tercer concepto, pero nada sobre los primeros dos. Podría, para este momento, haber dicho algo sobre la importancia de la política para todo individuo o, en esa forma negativa que causa dolores de cabeza a tantas personas, por qué es un error no dar importancia a la política. Con ello sería más sencillo pasar a considerar la importancia del análisis político en toda sociedad democrática y dejar de lado el problema de las pasiones y la política.

Si es tan sencillo dar una respuesta clara y directa sobre el tema a partir de su importancia y del contexto en que es importante, una forma fácil de proceder, debe haber al menos una razón para que no haya procedido de esa manera. La hay. Responder como se podría esperar puede ser una forma engañosa y limitada de hacerlo, algo que puede ser falso o parcialmente cierto.

Por una parte, si asevero que la política es importante digo algo que es cierto pero que no nos ayuda gran cosa o asumo que lo es importante para todo individuo. Para ello podría presentar argumentos válidos y evidencia empírica en cuanto a por qué debe ser importante y por qué es importante. Sin embargo, alguien me puede preguntar: ¿comparado a qué es importante la política? Es difícil creer que la política sea importante en sentido absoluto (es lo más importante). Es creíble que lo sea en un sentido relativo (en este momento, la política es más importante que la economía). Que la política sea importante para mí -- por eso estudié sobre ella y he dedicado mi vida a ello -- no se traduce en que deba ser importante para otro individuo, incluso si se pueda demostrar que comete un error al no darle la importancia que merece.

Por otra parte, puedo dar a entender que el análisis político es relevante porque lo asocio con un sistema de gobierno en particular, la democracia. Esto puede ser interpretado como que no sea importante o no tan importante, incluso que no sea posible, en otro tipo de sistemas políticos. Incluso puedo dar a entender que no es relevante o posible más allá de su asociación con los sistemas políticos. Sin embargo ¿no acaso se argumenta que "lo personal es político"? El mismo individuo puede, ahora, hacer dos preguntas adicionales: ¿no es posible el análisis político fuera de la democracia, asumiendo que vivimos en una? Sin haber entrado en el tema ya hay razones válidas para desviarnos del mismo o, lo que sería peor, ya hay razones para no considerar cuándo, cómo y dónde es que sea posible el análisis político.

Lo que parece una buena idea, aprovechar desde el principio para asentar aquello sobre lo que se va a escribir, quita el sentido de plantear la pregunta. Le decimos a quien lee que debe fijarse en algo que nosotros ya sabemos es importante, sea porque así lo estudiamos o sea porque es lo que aprendimos con el tiempo. Lo damos por hecho sin considerar que es algo que se debe valorar y entender, no tomar como un axioma. Como ya se advirtió, en caso no ser un lector cuidadoso, crítico y activo se podrán pasar por alto preguntas que debería formularse mientras lee. Existe el riesgo que acepte sin más lo que aparece ante sus ojos. Tal vez es lo que aprendió en su educación formal, esa en que el objetivo real, no todos los buenos deseos que se presentan, es pasar exámenes y aprobar la materia para eventualmente obtener un título y tal vez conseguir un trabajo. Aprender, en mucho de lo que pasa por educación formal, es un objetivo secundario, si es que es un objetivo. Para ese tipo de lectores descuidados es necesario lograr que lleguen a plantearse preguntas como las que podría haber planteado el lector crítico o preguntas adicionales como las siguientes: 1. ¿Me presentas una visión imparcial o una visión parcial, aunque sea la visión de la escuela a la que perteneces, por respetable y reconocida que sea?; 2. Si es una visión parcial ¿qué dejo de lado y qué tan importante es eso? ¿Cuál es el costo de no considerar lo que dejas de lado?; y 3. ¿Lo que dejo de lado me lleva a conclusiones diferentes a las que hubiera obtenido si se incluyera eso que excluyes? Si es así ¿cuáles conclusiones nos acercan más a entender la realidad?

Regreso al problema de plantear preguntas. No es que lo más importante sea entender lo que se escribe, sino que es necesario entenderlo y cuestionarlo en una forma productiva o, por usar el lenguaje tal vez ofensivo de otra época, en forma inteligente. Al presentar desde un principio las respuestas parece que quiero negarle al lector cuidadoso la oportunidad de descubrir aquello sobre lo que escribo, lo que está más allá de lo que presento. ¿No tiene más sentido partir del supuesto que los individuos son curiosos y desean conocer diferentes formas de entender algo para poder elegir aquella forma que tenga más sentido para ellos o ellas? ¿No puedo salir de la mentalidad de escuela en cuanto a que debo presentar el material en forma tal que sea posible incluirlo en un examen? ¿No debo considerar las limitaciones de aquello que es la pista de aterrizaje a la que recurro cuando me pierdo en problemas complejos, aquello que caracteriza a la escuela a la que pertenezco?

A final de cuentas, en este proceso de preguntar qué sea algo, debería ser capaz de reflexionar sobre lo que asevero y no seguir la estrategia de tantos académicos de ningunear a quien no analiza algo como lo hago yo. Es triste que haya académicos que sean incapaces de escuchar porque están seguros que ellos sí han captado la realidad y nosotros no. Si es el caso que ven con claridad la realidad ¿por qué no mejor nos dicen cómo es que la ven y dejan sus ninguneos en el basurero? La ventaja de reflexionar sobre lo que pienso y lo que hago es que puedo darme cuenta que aquello que me ha convencido por años sea menos sencillo de defender de lo que había creído y sea menos útil de lo que pensaba. Sin embargo, es lo que pasa. Muchos estudiantes de posgrado no se dan cuenta que la ciencia política es más un arte que una ciencia. Pensar que Durant ya había comentado que "Every science begins as philosophy and ends as art; it arises in hypothesis and flows into achievement" (1943, p.2). Muchos doctores en ciencia política ven eso años después de haber dejado de ser estudiantes (como si eso pasara). En el ínter sesgaron en formas innecesarias a algunos cuantos profesionistas, que no siempre mejorarán con el posgrado. Como sea, no considerar alternativas cuando se trata de entender la realidad es una forma de empobrecernos, aunque nos dé estabilidad laboral.

Estos problemas que he planteado ocurren, por ejemplo, cuando se habla sobre lo que sea la filosofía. Digamos que lo primero que se hace es definirla, sea etimológicamente o a partir de aquella del pensador que más nos convence. Aunque pueda ser una estrategia ideal para los impacientes, se pierde la oportunidad de descubrir la riqueza de aquello que estamos por estudiar, que no se reduce a lo que pasó o pasa en un momento o lugar determinados. Hay toda una historia previa por considerar y toda una oportunidad de, por el resto de la vida, reflexionar sobre aquello a lo que nos dedicamos. Libros como el de Dilthey (2003) o el de Jaspers (2003) terminan siendo más esclarecedores sobre lo que sea la filosofía que una definición para la que pronto encontraremos limitaciones, excepciones o contradicciones. Esos libros nos invitan a pensar sobre ese campo en particular. Nos abren los ojos a que aquello que estamos estudiando, aquello que ha cambiado a través del tiempo e incluso en un tiempo dado puede ser entendido de diferentes maneras. Parte del reto de entender algo consiste en aprehender cómo diferentes visiones o perspectivas nos pueden ayudar a entender mejor lo que estudiamos y cómo lo hacemos. La ciencia política no llega al extremo de la filosofía, cierto. Sin embargo, no se puede ignorar que todavía es una disciplina cercana a la filosofía. Tampoco se puede ignorar que por siglos lo que ahora es ciencia política era filosofía política, esa que erróneamente se tiende a ignorar.

Qué sea el análisis político en un momento dado y a través del tiempo requiere considerar cómo se entiende la política (para enfatizar, a través del tiempo y en un momento dado), lo que sea el análisis (en general, aplicado en las ciencias sociales y aplicado a la ciencia política) y lo que sea la intersección de esos dos conceptos (¿existen variaciones en cuanto a cómo se entiende lo que sea esa intersección?). Responder a esa pregunta inicial, pero ahora en forma general (no por qué escribo sino por qué escribir sobre el análisis político), es invitar a que se reflexione sobre lo que sea esa actividad que es necesario descubrir. ¿Qué se requiere entonces para ello? Superar un problema.

En la época en que el acceso a todo tipo de información y de estudios es más sencillo que en cualquier otra, al menos en algunos países, resulta extraño que se conozca tan poco acerca de lo que sea el análisis político. Es sencillo imaginar que sabemos lo que sea. A final de cuentas, estamos bombardeados por opiniones y programas en que expertos en un tema, o generalistas que actúan como si fueran expertos en un tema, nos hablan sobre lo que es la política y nos dicen, directa o indirectamente, lo que es el análisis político. Pero ¿aquello que consumimos como análisis político realmente lo es? Porque si algo queda claro en esos intercambios es que no queda claro cómo es que se analiza un problema dado y cómo es que se sabe que las conclusiones a las que se llegan son las únicas posibles. Por ejemplo, en un podcast de un reconocido analista se consideraba la importancia de Estados Unidos (su política) para México (la política mexicana). ¿Cuál era la recomendación? Conocer mejor a Estados Unidos (es decir, ¿cómo es que ocurre esa actividad llamada política en ese país?). ¿Se podría decir que esto es un análisis político?

En forma técnica, existe una asimetría de información y conocimiento entre quienes comentan y quienes escuchan. Éstos tienden a repetir sin conocimiento de causa aquello que escucharon, sea porque confían en la fuente o porque es de la "ideología correcta". Existe la posibilidad, algo molesta hay que admitirlo, que esas autoridades estén equivocadas o que sólo estén presentando una forma de entender el problema, aquella que más les gusta. En esta situación asimétrica es la ciudadanía la que pierde. Claro, es recomendable no decirle eso a los académicos porque, como me pasó con una académica, cuestionar lo que hacen es ser paternalista y agresivo. Pero yo fui el intratable por atreverme a mostrar los errores de esa persona y, insulto mayor, a partir de bibliografía que ignoraba la siempre sonriente académica en Facebook. Como comenté, no podemos olvidar que son juegos y que se aprende mucho en ellos.

 

XII. Encuentro triste, cuando no lamentable, que las discusiones en la academia no estén permeando a la población en general. Los académicos, incluso cuando aparecen en programas de discusión o presentan sus consideraciones en la TV, radio, medios escritos o redes sociales, rara vez aprovechan la oportunidad para explicar cómo y por qué llegan a ciertas conclusiones. No aprovechan la oportunidad para ayudar a la educación de la ciudadanía. Presentan sus conclusiones como si fuera evidente cómo es que llegaron a ellas o como si toda persona que los escucha hubiera estudiado ciencia política y no necesitara esa explicación.

¿Cuál es el andamiaje al que recurren los académicos o los analistas políticos para saber que está ocurriendo algo y que la explicación que ofrecen es la más factible, dada la evidencia disponible? ¿Cómo permite ese andamiaje entender y explicar lo que ocurre en el mundo de la política? ¿Cuáles son las ventajas y las desventajas de recurrir a ese andamiaje? ¿Cuáles son las ventajas y desventajas de recurrir a diferentes andamiajes, si es que se recurre a alguno? Si con diferentes andamiajes se llega a conclusiones diferentes en cuanto al mismo acontecimiento (una elección, digamos) ¿qué nos dice eso acerca de lo que se sabe sobre la política? Pero, lo más importante y que no siempre se considera: ¿qué es la política? ¿Existe una sola forma de entenderla o existen diferentes formas de entenderla? Se podría pensar que la democracia es la política, pero ¿si no es así entonces hay un tipo de política para la democracia y otro tipo para la dictadura? ¿La política crea a la democracia o es al revés?

El problema no se reduce a lo que hagan o dejen de hacer los académicos. Quienes tienen experiencia en el mundo práctico no siempre terminan como académicos, publicando o compartiendo lo que han aprendido. A veces esos individuos con conocimiento práctico comentan o escriben sobre política, pero no siempre se conoce lo que tienen que decir, como no siempre los académicos aprovechan ese conocimiento. No quiere decir esto que quienes tienen la experiencia en la política entiendan mejor lo que pasa en ella. De hecho, pueden estar vendidos a una forma de entenderla o a la ideología o ideas de un partido, viendo sólo una parte de la realidad o aquella parte que les conviene ver. A pesar de las limitantes o problemas que puedan tener las visiones de quienes han participado en la política, es una pena que no se conozca mejor lo que tienen que decir porque lo que conocen no ha llegado a las páginas de opinión o a algún programa de difusión. En parte se entiende esta situación. Para el individuo promedio lo que pase en las burocracias, por ejemplo, es de poco interés, aunque sean los burócratas los responsables de resolver los problemas que les preocupan a los políticos y, a veces, a la ciudadanía.

Ante esta situación, el objetivo de estas reflexiones es abarcar en forma general lo que se cubre en algunas materias de la licenciatura y posgrado. En otras palabras, estas reflexiones no buscan ser detalladas, exhaustivas o comprensivas. Para ello, presentaré una guía para entender la política sin recurrir a una formación profesional. Estas reflexiones son, en tal caso, una invitación para que cada individuo siga estudiando y profundizando por su cuenta en alguna pregunta o en un tema que le interese, que tome en cuenta y se empape de la riqueza de visiones en cuanto al estudio de la política, que pueda ir más allá de la opiniología que domina los debates en torno a la política.

Para estructurar estas reflexiones consideraré un problema en particular para mostrar cómo el análisis político ayuda a determinar si: 1. Es un problema político (¿votar es un problema político, por ejemplo?) y 2. Si lo es, saber cómo analizarlo (¿cómo debo decidir por quién votar, por ejemplo?). Para ello, a veces usaré una forma en que se haya estudiado ese problema y compararé esa forma con otras para considerar los resultados que arroja cada una. En otras ocasiones me centraré en alguna obra considerada clásica o relevante para ese tema en el momento en que escribo, obra que requiera conocimientos previos para poder entenderla cabalmente. Finalmente, en otras ocasiones me centraré en problemas meramente teóricos, sea en lo que se llama teoría empírica o en lo que se llama teoría normativa (que a veces se denomina filosofía política), sin que siempre sea sencillo diferenciar entre ellas. Al final de cada reflexión aparecerá una bibliografía para quien desee profundizar en los temas considerados, nuevamente sin pretender que sea detallada, exhaustiva o comprensiva.

El conocimiento debería ser una fuente de placer y una fuente de intercambios fructíferos entre individuos, no una fábrica de regurgitaciones, irrelevancias o virtuosismo, cuando no obscurantismo, matemático, o un auténtico esfuerzo por exorcizar el insomnio por medio de una prosa estandarizada y a veces impenetrable. Una consecuencia lamentable de la forma en que se imparte la educación formal es el recurso a la estandarización, incluso en el posgrado. Se espera, por ejemplo, que en un examen, trabajo final o tesis cada individuo muestre que entendió cómo es que piensa quien imparte la clase o su asesor, cómo es que piensa el clan al que pertenece quien imparte la clase o asesora y cuáles son las preferencias o cegueras escolásticas, a veces ignorando o abiertamente despreciando otras formas que buscan entender la misma realidad. Se olvida que la realidad es demasiado compleja e importante como para verla desde un sólo ángulo, aunque ello pueda ser uno de tantos "besos de la muerte" que han surgido en la academia. La tragedia en la academia es que dominan los doctos.

Hay un "pero" en lo que comento. No niego que es de gran importancia desarrollar un lenguaje y conocer con detalle la forma con la que se busca entender y explicar la realidad a partir de la escuela a la que hayamos decidido pertenecer, aunque sea en los márgenes de la misma. Asimismo, debemos estar al tanto de aquellas escuelas que ofrecen las mejores explicaciones, no gusten o no esas escuelas. Por ejemplo, encuentro desconcertante que en pleno siglo XXI todavía haya gente que dice saber analizar la política y no sepa lo que es un costo de oportunidad, por qué es importante la relación agente/principal o cómo se facilita entender la política a partir de juegos estratégicos (teoría de juegos), por citar algunos ejemplos. Ser parte de una disciplina y de una escuela requiere que se conozca el lenguaje, teorías y métodos de investigación que caracterizan a esa disciplina y a esa escuela. No hay puntos intermedios en esto. O se ha desarrollado ese conocimiento o no se ha desarrollado, es decir, o se ha estudiado o no se ha estudiado. La diferencia que planteo es que atenerse a una sola forma de ver el mundo cierra más que abre las puertas del entendimiento, cuando no lleva a que adecuemos la evidencia al modelo o a la visión aprendida.

Se puede considerar que lo último que planteo contradice algo que había planteado: es mejor atenerse a lo que se sabe que entramparse en lo que se conoce superficialmente. No hay contradicción si se reconoce que conocer una parte mínima de la realidad puede ser a partir de las teorías que dominan en la escuela a la que pertenecemos y que requiere comparación con las otras teorías que se aplican a esa misma pequeña realidad. Si hablo del estudio de la burocracia o de la presidencia de Estados Unidos hablo de un mundo pequeño, a diferencia de si hablo de algo fuera del estudio de ese pequeño mundo, como, por ejemplo, la política en China.

Ejemplo de por qué varias visiones o perspectivas son necesarias se puede ver en las revisiones de textos en la academia. Los debates entre escuelas contrincantes y las revisiones de escritos por árbitros, incluyendo anónimos, es un control sobre ocurrencias o meros juegos de engaño (los ideólogos que se pretenden objetivos) o autoengaño. Asimismo, siempre ayuda que otras personas revisen un escrito antes de hacerlo público. Pueden detectar desde ambigüedades o ideas mal planteadas hasta errores, incluyendo sesgos que no nos permiten ver algo sólo porque no nos gusta. Aun así, no falta que en una segunda edición se lea que fueron corregidos varios errores que aparecieron en la primera edición.

No se puede negar que el conocimiento avanza en la ciencia política a pesar de los problemas en la academia o con y en los medios de comunicación. Sin embargo, no se puede negar que, además, hay cierto divorcio entre la academia y el mundo real. Por ejemplo ¿cuántos académicos o analistas políticos tienen experiencia en trabajar en el gobierno por una temporada extensa y en diferentes niveles? ¿Cuántos académicos o analistas políticos han buscado ganar una elección o actuado como miembros en el Congreso? Hay individuos que, sin la menor experiencia en el mundo real, excepto de lejos y en un área, se presentan como expertos en, digamos, realpolitik o con capacidad de hablar de cualquier tema relacionado con la política. Si a eso se añade que todo individuo se siente capacitado para hablar sobre política (como se siente capacitado para hablar sobre economía, psicología, epidemiología, calentamiento global o el tema de la semana), no es de extrañar que se haya depreciado el valor del conocimiento. La nuestra es la época de la opiniología.

 
 
Tampoco se puede negar que a veces es desesperante que una persona con un mínimo de conocimientos, o incluso sin conocimientos, se sienta con la obligación de compartir lo que se le ocurre sobre la política. Claro, hay gente a quien se le paga para ello (y para que pretenda ser cualquier hijo de vecino), como hay gente convencida de la "línea partidista" sin siquiera estar afiliada a partido alguno. Pero hay gente, también, que está convencida de lo que cree, no por terquedad, motivos ulteriores o arrogancia. Simple y sencillamente no ha tenido la oportunidad de dialogar con alguien que sepa sobre lo que opina o no ha tenido acceso siquiera a estudios que le permitan desarrollar las bases mínimas de lo que pasa por conocimiento en aquello sobre lo que opina. ¿Tiene sentido ignorar a esas personas o tratarlas como si no existieran o fueran irrelevantes? No.
 
Si bien es cierto que es necesario dominar teorías y su lenguaje para poder hablar o escribir a partir del conocimiento, también es cierto que no se puede pedir a quienes no han estudiado formalmente que desarrollen las mismas capacidades que quienes las han desarrollado gracias a sus estudios formales. En este sentido, deberíamos hacer el esfuerzo tanto por entender cómo es que los individuos ven el mundo, cuáles son sus opiniones, creencias, sesgos y conocimiento -- sea que pertenezcan a una escuela diferente o alguien con quien decidimos dialogar por el simple gusto de hacerlo -- para compartir lo que se ha aprendido con esos individuos y que hagan los mismo hacia nosotros, sin buscar que vean el mundo desde una perspectiva, la nuestra.
 
 
XIII. Regreso a un punto que mencioné en el apartado I: los individuos tienen diferentes expectativas. No sólo eso, tienen preferencias, conocimientos, experiencias, edades, filias y fobias diferentes. Es sencillo asumir que todo individuo tiene las mismas preferencias porque así es más sencillo modelar el comportamiento. Sabemos, empero, que hasta individuos con preferencias similares pueden diferir en "detalles" poco relevantes desde una visión externa, pero de gran importancia para cada individuo. Es aquí donde entra como actividad central la curiosidad, el interés por plantear preguntas, en especial "por qué".
 
Es imposible negar la pluralidad en la que estamos inmersos, a pesar del romanticismo trasnochado y peligroso de algunas personas en cuanto a una sociedad armónica porque todo mundo piensa igual. Cada individuo ve algo diferente. La sociedad no es una masa cohesiva en que todo individuo piensa, ve, opina o conoce lo mismo. No todo individuo tiene por qué entender o ver el mundo como lo entendemos o como lo vemos nosotros. Esa pluralidad de perspectivas nos enriquece, sea en el agregado o en interacciones entre unos cuantos individuos. Si queremos dialogar y entendernos, pues ocupamos el mismo espacio y tiempo político, entonces hay que superar esa mentalidad que pretende lograr una unidad de la sociedad o aquella que busca lograr una objetividad más allá de lo humanamente posible. Debemos evitar asumir que existe una verdad absoluta y huir de quienes proponen algo así. Son quienes ya decidieron lo que es mejor para nosotros sin habernos consultado.

En una sociedad plural se debería dialogar, sin negar que existen incentivos a querer ganar en un intercambio. Somos animales competitivos. Debido a que podemos enriquecernos como individuos con esos intercambios, encuentro más interesante la figura de Sócrates que cualquiera de las figuras académicas contemporáneas o de generaciones recientes cuyas obras he estudiado. Encuentro fascinante al Sócrates que se puede reconstruir a partir de las obras de Platón, Jenofonte, Aristóteles e incluso Aristófanes, más que el que han buscado reconstruir pensadores más recientes (por ejemplo, Guthrie 1958, cap.IV; Taylor 1961; Nietzsche es asunto aparte). Sócrates es una figura modelo para quien desea enseñar y aprender en una sociedad democrática. Esto es debatible, lo sé, pero me baso en un escrito de Arendt (2019) en que asevera, entre otros elementos, que Sócrates fue el mayor sofista de todos, alguien que no hubiera estado de acuerdo con la distinción que creó Platón entre opinión y conocimiento (aseveración que se debe tomar con cuidado). Sócrates es un ejemplo del humano como animal que pregunta porque quiere dialogar y en ese proceso aprender junto con otro u otros individuos. En cierta manera, y cuidando proporciones, es la idea que también propuso John Stuart Mill (1806-73) en cuanto a la importancia del diálogo.

 
Sócrates y Platón

Si algo caracteriza a la academia es el privilegiar el conocimiento por sobre la opinión (aunque al ver a académicos en debates en TV u otros medios parece que es sencillo olvidarlo). El reto es que, por parafrasear a Arendt, fuera de la academia lo que diga un académico es visto como otra opinión más, no como conocimiento. De ahí que sea tan popular y se crea sencillo atacarlos en las redes sociales. ¿Cómo se puede, entonces, lograr que el nivel de conocimiento de la ciudadanía mejore, en especial en un país en que la educación formal es mediocre y sigue empeorando, para que sean más sencillos y frutíferos los intercambios entre quienes conocen más y quienes desean conocer más? ¿Cómo contribuir a que lo que se aprende en la academia no se quede en ese reducto? En principio, la solución es haciendo accesible aquello que no lo es. Las redes sociales podrían ser el medio ideal para ello, en especial en situaciones en que la educación formal dista de ser accesible para toda persona y en que dista de ser de calidad.

Una aclaración. Me queda claro que esta reflexión inicial puede ser demasiado larga para lo que se acostumbra en este tipo de medios. Por una parte, era necesario explicar por qué es debemos conocer este tema si es que se desea entender más sobre la política antes de entrar a todos esos detalles por los que mueren en la academia. Por otra parte, es un error asumir que todo se puede expresar en unas cuantas palabras o sin considerar el mismo tema o problema desde otra perspectiva. Tratar de descubrir "lo que realmente esté ocurriendo" no puede lograrse a partir de una sola forma de ver esa realidad. Considerar diferentes perspectivas no se reduce a bullets o resúmenes que ocultan más que revelan.

 

Bibliografía

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Dilthey, Wilhelm: La esencia de la filosofía (Buenos Aires: Losada, 2003 [1907]) 

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Gracián, Baltasar: Oráculo manual y arte de prudencia (Barcelona: Folio, 2007 [1647])

Guthrie, W. K. C.: Los filósofos griegos de Tales a Aristóteles (México: Fondo de Cultura Económica, 1958)

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Jaspers, Karl: La filosofía desde el punto de vista de la existencia (México: Fondo de Cultura Económica, 2003 [1949])

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Ortega y Gasset, José, "Mirabeau o el político", junto con Jesús Reyes Heroles, "Mirabeau o la política", en Dos ensayos sobre Mirabeau (México: Librería del Prado, 1984)

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