5/21/2023

Las mentiras que nos creemos

Después de unas largas vacaciones retomo el blog. Creo es la quinta vez que lo hago. En esta ocasión no borraré lo que ya he compartido. Es irrelevante si está o no. Vivimos en la sociedad en que todo mundo tiene algo importante que decir. No importa que sea un lugar común o una irrelevancia. Lo importante es tener que debatir algo, en especial si se desconoce el tema. Lo importante es decirlo.

La preocupación de Ortega y Gasset en cuanto a la preponderancia del hombre masa se ha vuelto una realidad peor que lo que imaginó. Facebook es un gran ejemplo de ello. ¿Lo extraño? No. Es la glorificación de la trivialidad y de los grotescos en el sentido que lo entendía Sherwood Anderson en Winesburg, Ohio. En ese medio pululan los grotescos que promueven debates que no van a lado alguno sin siquiera las aporías de los diálogos tempranos de Platón; los policías de la moralidad que revisan uno no vaya a ser anti algo que ellos son pro, como un energúmeno que dice ser científico y que gusta de apellidos nobles, uno de tantos que existe en ese universo de la ridiculez; la incapacidad de sostener un argumento por más de unas líneas o por más de un par de días; la trivialización de todo y el auge en expertos en todo tema posible porque la Universidad Google, la Universidad YouTube y demás son lo de hoy. ¿Y la educación formal? Si sirviera para algo no tendríamos a los doctores Google o YouTube.

En este contexto retomo mis andares solitarios. A nadie le importa lo que tenga que contribuir acerca de cómo hacer un análisis político porque nadie tiene el tiempo para reflexionar sobre lo que otro diga. ¿Tomarse el tiempo de leer algo que requiera más de cinco minutos? Imposible. Además, ya lo saben y no necesitan aprender algo. Ya lo saben porque su recta razón basta y sobra, como basta y sobra lo que leen en las redes. Hasta temas que requieren análisis detallados antes de emitir una barbaridad son trivializados. No importa compartir lo que se lee o lo que se conoce, menos si se está dispuesto a solicitar que se preste atención. Ya existen los gurús de las redes sociales y con eso basta. Escribo para mí porque no encuentro lo que quisiera leer y sin estar en sintonía con quienes creen ser lo mejor que haya pasado para la humanidad. Me interesa aclarar mis propias ideas y lo que estudio. Si a alguien le sirve pues qué bien porque no me interesa eso.

La soledad es un gran incentivo para pensar. En el ajetreo diario del trabajo, las amistades (que quedan), las distracciones con noticias y debates irrelevantes es difícil encontrar un remanso para reflexionar sobre uno mismo y lo que hace. Es en esos momentos de soledad casi completa que podemos ver si lo que nos hemos planteado como vida lo es o si es una mera reacción de imitación o de seguir sin pensar lo que se nos dijo esperaban de nosotros. Tal vez la mayor satisfacción sea darse cuenta que en muchos sentidos vivimos la vida de otras personas, de aquellos caminos que seguimos porque de una manera u otra nos fueron sugeridos o impuestos, a veces sutilmente y a veces a las malas.

Después de dos años de pensar sin interrupciones más allá de las normales me doy cuenta que estudiar algo como ciencia política en un país como México es perder el tiempo. ¿Cuál es la política por estudiar? ¿Dónde está la democracia más allá de la democracia electoral? ¿Es posible la democracia cuando el gobierno está encargado de meterse en todo? Será una presencia muchas veces ausente, pero es su obligación el estar en todo. ¿Es posible la democracia con un arreglo de ese tipo? ¿Dónde están los pesos y contrapesos y la separación de poderes cuando la Constitución privilegia a la presidencia y dentro de ella al presidente? Y más grave: ¿dónde está la ciudadanía, esa capaz de ir más allá de marchar – actividad tan exitosa para cambiar acciones gubernamentales, sin lugar a dudas – y dónde el interés por ir más allá de las quejas sobre lo que pasa en el país o estar satisfechos con el descarrilamiento que ya se vive? Lo que pasa por política en este país es la estupidización de las masas. Nada más.

Lo único que se puede hacer bajo estas condiciones es demoler todo lo que se cree es el país que no lo es, destruir para poder construir. México es el país de la mediocridad y de los sueños de gente sin capacidad de soñar.

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